Por: Víctor Beltri
Han pasado tantas cosas que hoy parece muy lejana la jornada electoral del 7 de junio pasado, en la que el PRI obtuvo unos resultados desastrosos: de 12 gubernaturas en juego, perdieron siete y entregaron, entre ellas, cuatro entidades en las que jamás habían perdido. Un verdadero desastre.
Un desastre que —en su momento— tuvo como consecuencia la renuncia de Manlio Fabio Beltrones y la llegada de su sucesor, Enrique Ochoa Reza, quien hoy tiene la responsabilidad de dirigir al PRI en el momento más complicado de su historia: en las circunstancias actuales, las repercusiones de un error en la estrategia podrían trascender el ámbito electoral y comprometer, incluso, la viabilidad del partido y la paz en la República. El proceso de 2017 no es la antesala del de 2018 sino, en los hechos, el inicio de la partida.
Una partida que —sin duda— será despiadada. En Coahuila el odio entre los Moreira enrarece la atmósfera, mientras que la detención en EU del fiscal general del estado de Nayarit refuerza los argumentos de Trump sobre la colusión entre autoridades y crimen organizado, a la vez que influye, casualmente, en los procesos electorales. En el Estado de México, el populismo de López Obrador ha llevado a Delfina Gómez a ser un contendiente serio para el candidato oficial, y a embarcar a Josefina Vázquez Mota en una travesía de rumbo poco claro hasta el momento.
En las elecciones que hoy inician, el PRI de Ochoa no sólo tendrá que convencer a sus antiguos votantes de que le regresen la confianza que le tuvieron hace seis años, sino que tendrá que encontrar la manera de reconciliar a quienes están enemistados, como en el caso de los Moreira; tendrá que defenderse de acusaciones internacionales, porque cada declaración atribuida a Veytia podría afectar a cualquiera de las tres campañas y tendrá, además, que lidiar con un López Obrador cada vez más seguro de sí mismo y que parece convencido de que, en esta tercera oportunidad, podrá concretar sus ambiciones.
El resultado final de la contienda será el esbozo de lo que vendrá en 2018: en julio de este año cada partido sabrá cuáles son sus posiciones reales y tendrá que decidir cómo disponerlas. Los equipos comenzarán a formarse, las alianzas a sugerirse, las estrategias a tramarse. Lo que funcione en 2017 seguramente lo hará en 2018; lo que no funcione en este año difícilmente lo hará en un escenario mucho más complejo.
Un escenario en el que todavía no han entrado a jugar las fuerzas que tendrán relevancia verdadera en 2018. Hasta el momento sólo existe un candidato definido, que lleva 20 años en campaña; los independientes están fuera de tiempos, y los poderes fácticos no han terminado de decidir en dónde pondrán sus apuestas. Los partidos medianos no se han definido, el sector empresarial mira con recelo a quien los considera pirrurris, los sectores más conservadores de la sociedad tratarán de vender caro el músculo que exhibieron en las marchas contra el matrimonio igualitario. Bannon, Trump, Putin: sería ingenuo pensar que quienes han tratado de influir en procesos electorales en el mundo entero, no lo hicieran con el vecino de Estados Unidos.
El panorama es de una complejidad extrema y presenta un riesgo enorme: cualquier error en la estrategia puede tener consecuencias que rebasan con largueza los riesgos considerados como asumibles en el pasado: los índices de aprobación de la presidencia norteamericana están en sus niveles más bajos históricamente, y Trump se encuentra como el bully que llega a la nueva escuela y recibe una tunda tras otra, lamiendo sus heridas y preparando su venganza. Esto, en realidad, apenas comienza. Apenas.
Información Excelsior.com.mx