Por Francisco Zea
o me cansaré de repetirlo, es una tragedia cuando se mezcla la política con la seguridad pública. Más aun, cuando los políticos tienen la estrechez de miras de hacer cálculos de popularidad y toman decisiones que, quizá en principio, cuidarán su porcentaje de positivos que, a la postre, los exhibirán como tibios y timoratos, pero lo peor es que las vidas las pondrán sus gobernados.
Me suena repetitivo y ridículo, ofrezco una disculpa al lector, porque esta aclaración la he tenido que hacer muchas veces. Pero la consideró necesaria. Por que he escuchado y leído una gran cantidad de ataques en su contra. Estuve esperando hasta el día de ayer las pruebas que, según esto, tiene el gobernador de Morelos, Cuauhtémoc Blanco, de que le llegaban maletas llenas de dinero. Porque conozco bien su entorno y propiedades, las cuales están totalmente acorde a su actividad profesional, primero, y pública, segundo. Por eso declaro de nueva cuenta que Alberto Capella es mi amigo, que por eso conozco su vida y asumo la amistad y la cercanía.
Por eso también lamento que después de invertirle tanto dinero en destruirlo, la mafia rumana pudo desplazarlo de su puesto con la ingenuidad de los políticos y la coyuntura que lleva a la estúpida corrección política.
No pudieron demostrarle ninguna corrupción, no pudieron probar nada que estuviera fuera de la ley y las manifestaciones feministas en donde aclaro, en primer lugar, se reclama con justicia los feminicidios en Quintana Roo, la insostenible violencia en contra de las mujeres, el feminicidio de Alexis, entre otras cosas, que son injustificables. De la misma forma es pertinente mencionar la infiltración de personas armadas en la manifestación y el inminente uso político de movimientos legítimos para lastimar y mermar el actuar de las policías y sus mandos. Resulta, creo innecesario, decir que los principales autores intelectuales y perpetradores de estos actos son los miembros del crimen y sus operadores, en el caso que nos ocupa, la poderosa mafia rumana, que ha tenido en Quintana Roo nexos políticos, desde miembros prominentes del Partido Verde, hasta fiscales federales, los cuales han sucumbido al poder de corrupción de los rumanos que han obtenido ganancias por cientos de millones de dólares.
Estas infiltraciones no son un asunto partidista. Porque, como lo he dicho, la seguridad no puede ser un asunto más que se ponga en la casilla del tratamiento político. En la Ciudad de México, a Claudia Sheinbaum, pilar fundamental del proyecto político del presidente López Obrador, le hicieron lo mismo, las manifestaciones infiltradas ladraban por la renuncia de Omar García Harfuch, uno de los mejores secretarios de Seguridad Pública del país y quien le cambió, sin duda, la ecuación de una ciudad violenta y sin ley a una Policía dignificada y eficiente. La respuesta de la jefa de Gobierno de la CDMX fue un apoyo frontal y sin dubitaciones a su funcionario. Esto en un gobierno emanado de Morena. Lo mismo sucedió en Jalisco al gobernador Alfaro, que aguantó el embate, en un gobierno de Movimiento Ciudadano. La historia de Quintana Roo fue distinta, esperemos el desenlace.
Me ha tocado ver la injusticia en la vida y el tratamiento de los jefes policiacos en este país, por un lado, el sacrificio de la familia y su seguridad por la ciudadanía, por el otro, el sacrificio de sus propias carreras por cubrir la efímera gloria política del jefe. Y hoy la mafia rumana, empoderada por la impericia de los políticos, amenaza a Capella por Twitter, lo que no hicieron cuando era jefe policiaco y en el colmo del cinismo, me arroban a mí y a otros periodistas. Sobra decir que hay que responsabilizar por la amenaza directa a Alberto, a mí y a mis compañeros a Florian Tudor, por cualquier cosa que pueda pasarnos.
No quiero repetir la ingenuidad de políticos y compañeros de profesión, sé que hay buenos y malos policías, eso resulta incluso una obviedad. Pero de los malos siempre acaban saliendo las pruebas, siempre hay sobre la mesa videos, imágenes e investigaciones, en este caso se han cansado de pagar y amenazar y lo único que pudieron fue culpar a Capella por un acto que sucedió cuando él se encontraba en Tijuana colocando las cenizas de su padre en un altar, pues había fallecido días antes.
Si hablo de la injusticia que viven los policías en México, quiero reproducir en sus propias letras extractos de la narración del atentado del 28 de noviembre de 2007 que el narco perpetró en contra de su vida:
“A la 1:58 horas de la madrugada del 28 de noviembre del año 2007 un comando de aproximadamente 8 vehículos entra a playas de Tijuana… su objetivo: asesinarme”. “He sostenido que vivir este momento para contarlo trae para mí una clara acción providencial. Despertar en el momento oportuno casi a las dos de la madrugada producto de los ladridos del perro de mi vecina…”.
La siguiente escena es el jefe policiaco defendiéndose con las AR-15 de sus escoltas dejadas en su domicilio, abandonado por su propia seguridad y las autoridades, y de milagro y por la efectividad de los disparos, salvó la vida. Todo sacrificio desde ese momento al día de hoy, que en primer lugar implica la vida de sus hijos, es opacado por la política que todo corrompe. Desde aquí, amigo, le reconozco su esfuerzo, su entrega y reitero el apoyo de muchos que conocemos no sólo su trabajo sino el de toda la Secretaría de Seguridad Pública de Quintana Roo, que día a día se la rifan, incluso ofrendado su vida. Información Excelsior.com.mx