Por Víctor Beltri
45 días. O treinta, o quince, o una semana, o unas cuantas horas, o lo que sea; para efectos prácticos da, exactamente, lo mismo. La aprobación que —sobre nuestras políticas migratorias— espera, el gobierno en funciones, le sea concedida por el mandatario estadunidense, no tiene —en realidad— tanto que ver con la disminución en el flujo de migrantes como lo tiene que ver con la aprobación en las encuestas de quien, en estos momentos, no busca sino salvar su propio pellejo.
Su propio pellejo. El presidente norteamericano no busca, como ha quedado claro a lo largo de su administración, el brillo de su país, la prevalencia de sus políticas o —ni siquiera— la hegemonía de sus mercados. Nada de eso: lo que el presidente norteamericano busca, antes que cualquier cosa, es su propia seguridad. Seguridad económica, primero; las cuentas interminables en las que, de manera cotidiana, sus propias empresas aparecen como acreedoras del gobierno, lo comprueban, además de la publicidad que —para bien o para mal— sus negocios reciben.
Seguridad política, también. Donald Trump nunca fue un aliado natural para los republicanos, como tampoco lo era para los demócratas, aunque le fueran más afines. Trump tuvo, sin embargo, que abrazar una de las dos causas: hábilmente, se decidió por la que necesitaba más de una figura con sus atributos. Trump le dio oxígeno al Partido Republicano, al permitirle acceder a un núcleo al que no sabía llegar: Trump asfixió —al mismo tiempo— al Partido Republicano y se convirtió en una tabla de salvación cómoda para quienes no tenían mayor definición política que la inconformidad con el sistema anterior, ni mayor legitimidad que un destino manifiesto aprendido en la escuela dominical. Los mismos que hoy le apoyan, los mismos que constituyen un núcleo duro que antes no votaba por el Partido Republicano pero que hoy, por lo mismo, ha adquirido un valor insospechado.
Seguridad jurídica, en última instancia. La seguridad que le permita conservar la libertad que le ha sido proscrita a sus principales aliados, y de la que no disfrutaría de no ser por la investidura que —ahora es evidente— defiende a tres pistas a capa y espada. La seguridad que le permita librarse del impeachment, la seguridad que le permita enfocar la atención del público en algo completamente distinto —al fin y al cabo prestidigitador inmobiliario— mientras que sus intereses se conservan a salvo y termina salpicando, en su verborrea, a quienes quiera que rodean y no se atreven a contradecirle. Por sus temores, por sus complejos, por su timidez.
Por lo que sea. Por temor político, por complejos históricos, por timidez ancestral. Por la razón que sea, pero que ha llevado al gobierno mexicano a aceptar, primero, un plazo perentorio: cuarenta y cinco días. Como le ha llevado, segundo, a ofrecer lo inmejorable: lo que usted quiera, Mr. President. Como le está conduciendo, a final de cuentas, a lo impronunciable: a construir un muro en la frontera.
Un muro que no era necesario. Un muro que no depende de nosotros, pero que terminará levantándose, ya sea de manera física, o por medio de aranceles comerciales y tarifas a las remesas que, sin duda, serán el siguiente blanco de Donald Trump. Ya les prometimos el oro y el moro, y ya se los estamos dando: ya les dimos los aranceles, les estamos dando las tarifas y estamos a punto de concederles la seguridad, incluso, física. ¿Qué vamos a hacer cuando nos digan que nada es suficiente? Información Excelsior.com.mx