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50 años después

Por Yuriria Sierra

Del pasado nadie escapa. Menos aquellos que tratan de ocultarlo, de hacerlo episodio de olvido. Hay sucesos que marcan a las sociedades. Los buenos dan pauta, son victorias, se celebran y se les busca continuidad. Los malos, esos se convierten en signos ineludibles de un pasado que persigue por siempre: el recuerdo nos dice de dónde venimos, a dónde ya no queremos volver, qué no debemos hacer y todos esos que nunca más.

Aquí estamos, 50 años después de lo ocurrido en la Plaza de las Tres Culturas. Ayer, todas las esquinas conmemoraron los hechos. Recordaron la lucha estudiantil, lo mismo llamados a la reconciliación que promesas de no repetir un episodio de represión militar. Ahora sí, todos del mismo lado.

La historia nos alcanzó y nos recordó que uno de sus motores es buscar la manera de ser contada y de ocupar su espacio en la memoria colectiva. Borrarla es una táctica stalinista, ninguna responsabilidad desaparece quitando placas en el Metro de la ciudad. La historia es paciente, pero encuentra su lugar y su momento para ser narrativa esencial de un país. Así sucedió con el Movimiento Estudiantil y los trágicos hechos en Tlatelolco. Ya no nos dice que hace 50 años México amaneció con sólo 25 muertos. Se cayeron las teorías de la infiltración de los rusos y cubanos para la manipulación de los estudiantes; también de los supuestos intentos de atentados contra Gustavo Díaz Ordaz, el entonces presidente preocupado más por su imagen en el mundo con los Juegos Olímpicos en cuenta regresiva. Y aunque aún no hay precisión de cuántos muertos, tampoco del paradero de desaparecidos, las horas previas y posteriores a la matanza se revelan como ese pasado huérfano de justicia. La historia siempre alcanza. Así sucederá con Trump, Venezuela, Nicaragua y un largo etcétera. ¿Qué se dirá de los hechos de Ayotzinapa en 46 años? ¿Sabremos qué ocurrió? ¿La “verdad histórica” será ya sólo un recuerdo? ¿Habrá culpables en prisión o, al menos, sus nombres estarán escritos en la historia de nuestro país? ¿Tendremos certeza de que “se hizo justicia”?

Hace un par de semanas tuve oportunidad de ver un par de capítulos de Un Extraño Enemigo, producida por Televisa y Amazon Prime. Una muy audaz narración de ese momento histórico. Los sucesos del 68 en formato de serie televisiva. La crudeza con la que se narra la ambición y las motivaciones de las figuras de la época hablan solas. La producción, impecable. Las actuaciones llevan la fuerza de un suceso como el que cuentan (un impresionante Daniel Giménez Cacho dando vida a un Fernando Gutiérrez Barrios, que dejará boquiabiertos a quienes lo recuerdan y estupefactos a quienes no saben de ni de quién les hablan). Se convertirá en un documento de gran alcance para que la nuestra y las generaciones que vienen le reconozcan su espacio a este episodio, uno de los más tristes del México del siglo XX. Y aunque sean de la competencia, vaya un aplauso grande para Emilio Azcárraga, Bernardo Gómez, Alfonso de Angoitia y Leopoldo Gómez, han producido algo que logrará reabrir un debate que a México le quedó siempre pendiente, siempre abismado, siempre silente.

¿Para qué otra cosa sirve la historia, sino para reconocerse? ¿De qué otra manera medimos el progreso si no es con el comparativo de lo que fuimos con lo que somos? ¿Cómo aprendemos de las faltas, sino aceptándolas como tales? ¿Cómo, gobiernos y sociedades, hallarán reales puntos de encuentro sin aceptar los huecos en su comunicación? ¿Cómo podrán entenderse si sus oídos apuntan en otras direcciones? ¿De qué otra manera evitaremos hechos como los de Tlatelolco si, para empezar, se levantan barreras en el camino a la verdad? La historia nos alcanza. Aunque, sabemos, eso no sana una herida, acaso sólo le da un lugar para ser recordada.

#MeCuentan. Que cuando Manuel Alamilla Ceballos, oficial mayor del actual gobierno de Quintana Roo, fue cuestionado por diputados locales en su comparecencia del año pasado, sobre el puesto y salario de Juan de la Luz Enríquez Kanfachi, no supo responder ni en qué dependencia trabajaba ni cuánto ganaba. En realidad, a Enríquez Kanfachi, exlíder del desaparecido Grupo Tepito, se le conoce en todo Quintana Roo, como “El primer ministro de gobierno”, y él mismo se presenta como “experto en desestabilizar campañas electorales de opositores”. Lo suyo es actuar desde las sombras, como cuando encabezó un gigantesco saqueo a la Tesorería del municipio de Solidaridad, o como cuando le pidió a una constructora 20 casas para un desarrollo habitacional, mismas que repartió entre sus amigos de Grupo Tepito. Digo, ya que líneas arriba estábamos hablando de episodios y personajes sombríos en el gobierno; hay cosas que nunca cambian. La diferencia es que ahora podemos vigilarlos. Información Excelsior.com.mx

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