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¿A qué se debe la renuencia a rectificar?

Por Ángel Verdugo

Una de las conductas más comunes en toda democracia es, sin duda, la presión que ejerce la oposición para modificar aquellas políticas públicas que considera equivocadas o incompletas. Ante esta labor —normal en una democracia y útil para todos—, tanto el gobernante como su gobierno y sus legisladores las más de las veces aceptan corregir lo que era incorrecto para, al así proceder, complementar sus propuestas con las ideas de la oposición cuando éstas, por supuesto, son sensatas y positivas.

Lo anterior, en modo alguno debe verse como algo ajeno y dañino para la vida democrática; es más, diría que esa forma de conducirse y gobernar es la regla. Por el contrario, el rechazo visceral y enfermizo o expresión de prácticas corruptas de lo que propone la oposición es, además de perjudicial para la sociedad, un obstáculo que en no pocas ocasiones retrasa o impide el crecimiento de la economía y con ello, perjudica el desarrollo y la elevación de la calidad de vida en toda sociedad.

¿Quién entonces, en una democracia, se opondría a escuchar siquiera lo que la oposición tendría qué decir acerca de éste o aquel proyecto, o de esta o aquella iniciativa de ley? ¿Qué clase de gobernante y qué funcionarios y legisladores del partido en el gobierno rechazarían alguna propuesta positiva, sólo por haber sido planteada y argumentada por la oposición?

¿Qué clase de país sería ése donde, políticos así hubieran surgido y llegado a los niveles más altos de la estructura pública? Es más, ¿qué futuro les esperaría a esos países, donde la clase política estuviere integrada —en su mayoría— por políticos con esa perversa y mezquina mentalidad? ¿Acaso podríamos esperar que dejaren su atraso y entraren a la modernidad?

Los países que han logrado dejar atrás en buena parte la marginación y la pobreza y han, en cambio, logrado una buena calidad de vida para sus habitantes y construido una sociedad más justa con menores niveles de desigualdad, son aquellos donde su clase política dejó atrás esa visión mezquina y pedestre basada, esencialmente, en esa perversidad que ordena que únicamente los que están en el gobierno son los más puros e inteligentes y ¡sí, sólo ellos! tienen las propuestas correctas y poseen la visión correcta del desarrollo.

Esos países, con esa visión al frente, han hecho posible el surgimiento de políticos sensatos que aceptan, de entrada, que todos son capaces de aportar algo que contribuiría a sentar las bases de un mejor futuro para todos. Asimismo, se acepta como verdad axiomática, que ninguna fuerza política tiene el monopolio de las virtudes y la inteligencia, y menos de la capacidad para diseñar y poner en práctica medidas acertadas, y políticas públicas que vendrían a estimular el crecimiento de la economía y en consecuencia, impulsar así el desarrollo para beneficio de los grupos más necesitados de la sociedad.

Lo anterior luce tan sencillo y lógico además de obligado en la gobernación, que suena como algo imposible que todavía hoy haya quienes defiendan como guía de la gobernación, lo que los países exitosos dejaron atrás hace decenios.

Por desgracia, en América Latina nuestros gobernantes —salvo honrosas excepciones— son de la idea de que gobierno que llega es propietario monopólico de la verdad y la justicia, y de la honradez a toda prueba junto con la inteligencia. Los que se fueron, perdedores al fin suelen decir los triunfadores, son lo peor de lo peor: ignorantes e incapaces para la gobernación y sobre todo, pillos redomados que merecen, si fuere posible, vivir eternamente en el cazo mayor del infierno.

¿Conoce usted algún gobernante así en América Latina, que gobierne con esa visión mezquina y equivocada? ¿Sabe usted de alguno cuyo gabinete se ve a sí mismo como la encarnación de la pureza y la inteligencia infinita? ¿Qué gobernante podría ser así por estos rumbos? ¿Raúl Castro, Ortega, Maduro y Morales? ¿Únicamente estos? ¿No hay por ahí algún otro que tendría los vicios e ideas torcidas de la gobernación arriba mencionados?

A ver, ¡piense un poco! Usted, persona inteligente y sensata, resolverá correctamente la pregunta. Ya con esta respuesta, conocido nombre y país donde ese personaje (des)gobierna, ¿conoce a alguien hoy, que ante tantas ocurrencias y desatinos propuestos y aplicados por aquél, admita haberle dado su voto?

Aunque parezca cosa de locos, los hay. Información Excelsior.com.mx

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