Por Víctor Beltri
El todo por el todo. El Presidente se juega su resto, y eleva las apuestas con una iniciativa de reforma energética, fuera de quicio, para la que no cuenta con el respaldo suficiente en el Congreso. Una reforma retrógrada, cuyo único propósito es brindarle más poder —y recursos— al Ejecutivo, a expensas del futuro del país. Una reforma que, sin embargo, el PRI está dispuesto a debatir.
¿Por qué discutir sobre un absurdo? La administración pasada pudo haber cometido muchos errores —como, sin dudas, lo hizo—, pero las reformas aprobadas en el contexto del Pacto por México nos permitieron tener una situación competitiva frente al resto del mundo, en un momento de preocupación global por el cambio climático. Nos adherimos al Acuerdo de París, y negociamos un nuevo tratado de libre comercio en el que nos comprometimos a cumplir con objetivos que la pretensa reforma echaría por tierra.
El costo para el país sería inmenso, más allá de las repercusiones económicas que tendríamos que afrontar, y que se sumarían a las resultantes de la cancelación del aeropuerto, o a los costos de unos proyectos faraónicos que hacen sentido tan sólo para una persona. El mundo entero se ha comprometido en un objetivo común, que nuestro país ahora desprecia, pero que habrá de cobrar facturas a las siguientes generaciones: México se aísla, y se aleja del orden mundial mientras que se acerca a los gobiernos escoria de la democracia moderna: “¿Populista? que me anoten en la lista”. ¿Por qué abrir las puertas al absurdo?
El Presidente se juega su resto, como si no existiera un mañana. ¿Qué pasará si pierde? Para prosperar, su iniciativa necesita el respaldo de 333 diputados: en el momento actual, sus huestes en el Congreso sólo pueden garantizarle 277 de los votos necesarios, suponiendo que se pronunciaran al unísono. Al Presidente le falta —todavía— convencer a 56 legisladores de la oposición, para que traicionen a su causa y se sumen a un proyecto que es rechazado por sus propios electores. El Ejecutivo podría llegar a un acuerdo con las cúpulas partidistas, que en cualquier caso son temporales y atienden a sus propios intereses. Sin embargo, bajo el feroz escrutinio público, y ante el riesgo de someterse a un escarnio que les podría —debería— costar la reelección, ¿cuál podría ser el incentivo de cualquier político opositor para apoyar la regresión energética? México no cuenta con las representaciones diplomáticas suficientes para albergar a tantos traidores. ¿Qué futuro político podrían esperar?
¿Por qué debatir sobre un absurdo? El Presidente se juega su resto, y la oposición debería tomar la apuesta de un experto en fullerías. Las soluciones de quien realizó limpias y rituales al principio de su mandato no han brindado resultados, los abrazos no han reemplazado a los balazos, y las obras emblemáticas no serán sino elefantes blancos para una nación que se ha empobrecido de manera deliberada. El fracaso en la iniciativa de reforma energética lo pondría contra las cuerdas, y le restaría las fuerzas necesarias para consolidar un proyecto que nació muerto.
La elección del Estado de México, en 2023 está a la vuelta de la esquina. El PRI es un instituto que, bien podrá haber perdido el arrastre —y que ha decepcionado a la ciudadanía como ningún otro—, pero que ha sabido negociar para salvar sus propios bastiones. En política no hay amigos, sino intereses, y el tan sospechado contubernio —y pacto de impunidad— entre los grupos de poder que hoy conviven, al amparo de la popularidad del presidente, podría estar a punto de comprobarse.
¿Cuál es el precio del futuro? Un acuerdo entre cúpulas lograría un acuerdo en lo inmediato, pero el México del mañana —y la carrera política de quienes lo definen con su voto— está en juego. El Presidente sabe lo que quiere, y tiene los elementos para ejercer presión en donde lo necesita. La sociedad civil también, y no olvidaremos —jamás— a los 56 que pudieran traicionarnos. ¿A quién le tendrán más miedo?. Información Excelsior.com.mx