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¿A quién le vuelan las sillas?

Por Víctor Beltri

La decepción apenas comienza, llevaba por título la columna que, en este espacio, fue publicada el 9 de julio pasado, apenas una semana después de la elección presidencial. En aquella época —parece haber transcurrido una eternidad— se hablaba todavía del tigre con el que López Obrador había amenazado, unas semanas antes, de no llegar a la presidencia.

“El tigre está despierto —refería aquél texto— y tiene sed de venganza en contra de todo aquello a lo que Andrés Manuel le ha enseñado a odiar: los pirrurris, los neoliberales, los partidos, los políticos, los de traje, la prensa vendida, la minoría rapaz o cualquiera sobre quien haya vertido sus calificativos y que son, precisamente, quienes hoy se le acercan buscando el perdón y reconciliación que, de forma magnánima, les concede mientras incluso les ensalza”.

“El tigre está despierto, —proseguía— y se revuelve en su jaula, inquieto, cuando creía que podría moverse a sus anchas, y López Obrador le cumpliría cada una de sus promesas de campaña. Pero no es así: la gasolina no bajará de precio, el aeropuerto parece seguir en pie, la seguridad no mejorará de un día para otro,Peña ya no es tan malo, Videgaray y Guajardo ahora son reconocidos. El cambio, en realidad, no parece ser tan distinto”.

“Y no lo es, ni podría serlo: el propio Andrés Manuel ha explicado, refiriéndose a Trump, que las promesas de campaña son muy distintas a lo que puede lograrse una vez que se está en el gobierno: de ahí la importancia de saber manejar las expectativas del tigre, antes de que el apoyo masivo se convierta en un lastre del mismo tamaño. Expectativas que, apenas a una semana de la elección, parecen estar muy por encima de la realidad”.

“Algo no termina de oler bien cuando las promesas no se cumplen, cuando las declaraciones se matizan, cuando los enemigos se sonríen. Cuando la venganza se frustra, cuando las expectativas no se cumplen. Cuando terminen por darse cuenta de lo que significa ser peje, pero no lagarto. El tigre está despierto, y estará libre el 1 de diciembre. Cinco meses son muy largos, y la decepción apenas comienza”.

La decepción apenas comenzaba, hace tres meses. Desde entonces, el esfuerzo por mantener una narrativa de triunfo permanente ha terminado por agotar un discurso que sólo pierde credibilidad mientras quien ya ganó continúa haciendo promesas, como si estuviera en campaña, al mismo tiempo que rectifica las que ya le sirvieron para ganar la elección y que —descubre ahora— no son viables en la realidad.

Promesas que, además, se contraponen entre sí: lo prometido a la extrema derecha no puede cumplirse sin fallarle a los progresistas, lo prometido a los progresistas no puede cumplirse sin fallarle a los sindicatos, lo prometido a los sindicatos sin fallarle a los empresarios, y así en un largo y sucesivo etcétera. Por eso cada grupo está tratando de tomar mano, antes de que su opositor —que milita en el mismo bando— lo haga. Por eso los repartos, los acomodos, las traiciones. Los juegos de poder que no son sino la puesta a punto de una maquinaria que ha sido diseñada para no tener contrapesos, pero que habrá de encontrarlos —y más poderosos, si cabe, en tanto que no son institucionales— al interior de sí misma, donde cada facción estará dispuesta a defender lo que considera que le corresponde con todas sus fuerzas, de la manera que sea necesaria. A sillazos, por ejemplo.

Como en Acapulco, el día de ayer. En el XVIII Foro de Consulta Educativa, que hubo de suspenderse por el ataque de un grupo violento, las protestas no se suscitaron en contra de un funcionario de la administración actual, sino de quien habrá de serlo en el equipo de López Obrador: en la —cada vez más— extraña transición de terciopelo, la violencia de fin de sexenio no se manifiesta en contra de quien termina, sino de quien aún no comienza. Hace algunos meses, Andrés Manuel advertía sobre el peligro de soltar al tigre: hoy, valdría la pena preguntarse a quién le vuelan las sillas.

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