Por Víctor Beltri
“Veo esta transacción como un riesgo serio para el medio ambiente, la salud y la economía de los ciudadanos de Texas. (…) Puesto en términos sencillos, Pemex no tiene el talento ejecutivo, gerencial o técnico para operar la refinería con seguridad”, afirmaba —apenas el 21 de junio pasado— el congresista Brian Babin, en la carta que dirigía a las Secretarías del Tesoro y de Energía del gobierno estadunidense.
“Ninguna de las refinerías de Pemex en México puede compararse con las instalaciones de primer nivel que existen en Deer Park”, continuaba, “y es de dudarse que Pemex pueda atraer a los profesionales con la experiencia suficiente en operaciones, control y mantenimiento, que son necesarios para operar una refinería integrada en Estados Unidos. Esto incrementa de forma significativa los riesgos de un accidente industrial y degradación severa al medio ambiente, así como de daños a la economía local por malos manejos corporativos”, indicó el legislador por el distrito 36 de Texas, cuya sede está, precisamente, en Deer Park, miembro —además— del Comité para la Ciencia, Espacio y Tecnología, así como del Comité para Transporte e Infraestructura.
“Esta transacción crea un riesgo tangible de salud pública, y al medio ambiente, para los residentes de Texas que trabajan y viven en proximidad de las instalaciones de Deer Park, así como un riesgo económico para quienes tengan algún interés en el bienestar financiero de la empresa”, continuó, quizás recordando los huracanes que con frecuencia ponen en riesgo no sólo a la refinería, sino a todo el ecosistema aledaño, por lo que han tenido que depositar su confianza en los expertos de la Shell. “Las compañías en el sector energético norteamericano deben ceñirse a las regulaciones más estrictas para asegurar la seguridad y las buenas prácticas, y no tengo la confianza en que Pemex tenga la solvencia corporativa para operar algo así en Estados Unidos”, concluiría, lapidario. O en cualquier otro lado, podríamos agregar.
“Ellos ya aceptaron la compra”, respondería el Presidente, el viernes pasado, sin darse cuenta de que la falta de confianza en su capacidad de gestión ponía en riesgo su proyecto de soberanía energética. Sin saber, además, que en unas horas la paraestatal ocuparía los titulares del mundo entero.
¿A quién se le quema el océano? La imagen perturbadora del mar en llamas será la que marque, en el recuerdo colectivo, un momento histórico en el que murieron cientos de miles de personas por una pandemia mal gestionada; cuando desde el gobierno se llamó golpistas a los niños con cáncer, o cuando se persiguió a los periodistas desde la tribuna presidencial. El mar en llamas, sin embargo, también marcará el momento en que los señalamientos a una administración indolente habrán quedado comprobados; así como el desprecio hacia el cambio climático de un mandatario que prefirió jugar beisbol en vez de brindar una explicación al mundo que miraba con espanto.
El mar en llamas marcará el momento del declive, el momento de la decadencia. La transacción de Deer Park será cancelada, la refinería de Dos Bocas no será suficiente para una política energética que de cualquier manera no tenía sentido. El mar en llamas traerá consigo, también, la conciencia de la responsabilidad ambiental, no sólo de las empresas, sino de los gobiernos y sus agentes: el mundo civilizado no dejará pasar impune el ecocidio, y mirará —aunque sea de manera oficiosa— un par de veces antes de aprobar cualquier proyecto relacionado con el gobierno mexicano, y que pudiera desembocar en un daño al medio ambiente.
En palabras de Mr. Babin, “hasta que Pemex demuestre el nivel de conocimiento técnico y de entusiasmo por las buenas prácticas de negocio que se requieren para operar esta gran inversión en territorio norteamericano, respetuosamente pido que nieguen cualquier autorización, y protejan a los ciudadanos americanos que están sirviendo”. Información Excelsior.com.mx