Por Ángel Verdugo
Es tarea practicada en México una vez que cierran las casillas, empezar a hacer un balance del proceso electoral. En otros países también hacen este ejercicio, sin embargo, hay una diferencia entre ellos y nosotros que quiero destacar.
Mientras que allá analizan los errores cometidos por candidatos y partidos en la estrategia y la oferta a los electores, aquí nos dedicamos a armar las denuncias que serán presentadas a la autoridad competente la cual, las más de las veces, las encontrará ridículas y desechables de inmediato.
Por encima de esto, partidos y candidatos abusan del recurso porque, antes que reconocer la derrota prefieren tener un blanco de su mezquindad democrática, y a quien culpar de una derrota que es sólo de su responsabilidad, y de los partidos que los postularon.
Sin embargo, contra toda lógica, frente a la conducta tan nuestra que dejan ver candidatos y partidos en lo que se refiere a culpar a otros de su derrota, es posible afirmar que el proceso electoral en curso ha dado, ya, el primer logro. Éste, sin duda, será para nosotros de gran utilidad para realizar mañana un mejor análisis de los candidatos y sus prendas personales.
Desde la campaña de Luis Echeverríaa por la Presidencia de la República, sigo con atención las campañas por la Presidencia de la República. En algunas he participado profesionalmente, jamás como candidato. De todas —ocho antes de la actual— no recuerdo una donde hubiera habido un candidato que, buena parte de su oferta al elector estuviese basada en presumir su honradez a toda prueba; honradez total e irrefutable, más que evidente dice el que la presume, aun cuando esta cualidad no se distinga a simple vista.
El problema de presumir honradez en un país que es océano de corrupción como México es que, para el elector promedio, esa aseveración es vista como imposible de admitir como cierta, menos viniendo de quien únicamente ha trabajado en la burocracia. A esa cualidad —la absoluta honradez, rara en el medio político en México— se agrega otra: Hombre de Fe.
Además, no pocos de los que rodean al candidato honrado, se los tenía conceptuados en el medio político de ser, sin dudar, más o menos de la misma visión del servicio público y conducta personal que presume Meade.
Si bien fuera de lo común entre candidatos en México —particularmente de candidatos priistas, ejemplo de político corrupto—, se aceptó como artículo de fe que, tanto Meade como su equipo cercano eran todos personas decentes, alejados del modelo de políticos al que estamos acostumbrados.
Sin embargo, ante la realidad de las cifras, magras por decir lo menos, de repente los decentes y modositos dejaron ver lo peor de sí mismos. Empezaron la soberbia (somos muy chingones, soy el mejor, no tengo tache alguno) estilo), las mentiras de todo tipo y las acusaciones sin sustento y ofensas e insultos a los adversarios. No faltó el viejo priista que con sorna señaló: Tan decentitos que se veían; tan honrados y respetuosos que decían ser.
Hoy, Meade y sus cercanos se revuelcan en el lodo; lanzan excremento a los adversarios sin recato alguno. Muchos se preguntan, ¿qué les pasó? Nada; simplemente la política les quitó a jirones la manta con la cual pretendían cubrir su tan promovida honradez y pureza que los distinguía de los priistas.
Para todo fin práctico, el primer logro ahí está: Meade y los suyos son iguales que aquellos de los cuales se avergüenzan. Dígame por favor, si éste es o no, un gran logro.Información Excelsior.com.mx