Por Jorge Fernández Menéndez
La pasada ha sido la semana más contradictoria de López Obrador desde que ganó las elecciones del pasado primero de julio. Combinó las buenas decisiones en la designación de los secretarios de la Defensa Nacional y la Marina Armada de México, con un regreso al peor discurso electorero, a las acusaciones y descalificaciones a los medios y comunicadores que lo critican, a insistir en una estrategia petrolera que no tiene futuro y a embarcarnos en una consulta aeroportuaria que, como dijimos, aquí el viernes, si no fuera una tragedia debería ser considerada una comedia.
La consulta no tiene sentido, con votantes que han participado hasta seis veces sin que pase nada, sin ningún tipo de controles, no votó ni el esperado millón de personas sobre algo que, en su enorme mayoría, no saben siquiera de qué se trata, porque debemos insistir en que éste es un tema de expertos y ni uno solo de ellos ha apoyado la alternativa de Santa Lucía (el estudio de Navblue resultó que se había hecho con los datos que le dio Riobóo).
El sábado, contralores de vuelo y pilotos volvieron a insistir en que la operación simultánea de Santa Lucía y el actual aeropuerto no es viable. ¿Saben más los señores Riobóo y Jiménez Espriú que pilotos, controladores de vuelos, ingenieros empresas consultoras internacionales?
Hoy tendrá que resolver López Obrador qué hará con el aeropuerto y, sinceramente, espero que regrese el hombre que dio tranquilidad a mercados y opositores en los días posteriores a las elecciones y no el de la espada desenvainada de la última semana. Porque no todo fue aeropuerto: el primero de diciembre tendremos entre nosotros a uno de los personajes más indeseables de la política internacional.
Fue invitado y confirmó su presencia Nicolás Maduro, el mandatario venezolano que mantiene a miles de presos políticos detenidos, que ha matado a cientos de manifestantes que se oponían a sus políticas, que ha enviado a millones de venezolanos al exilio y que ha sumergido a su país en la peor crisis económico, política y humanitaria de su historia.
No, no podemos ser amigos de todos los gobiernos del mundo como ha dicho López Obrador. Podemos y debemos tener relaciones diplomáticas con ellos (y en ocasiones con algunos no: pocas cosas han sido más celebradas en nuestra política internacional que el desconocimiento del régimen franquista, la ruptura con el Chile de Pinochet y las relaciones a cero con las dictaduras de Centro y Sudamérica en los 70 y 80), pero no tenemos por qué ser amigos de dictadores impresentables como el señor Maduro.
En todo caso, hay que explicarle que si quiere mantener buenas relaciones diplomáticas con México y el mundo, debe liberar a los presos políticos, dejar de perseguir a los suyos, restablecer las libertades individuales básicas, comenzando por la de prensa y convocar a elecciones limpias, libres y supervisadas internacionalmente.
Su presencia será más notable todavía porque ninguno de los líderes mundiales podrá estar en la toma de posesión del presidente López Obrador porque en forma simultánea se realizará en Buenos Aires una muy importante reunión del G20, donde sí estarán esos mandatarios.
Pero la semana no concluyó ahí. Leo en Milenio una entrevista al respetado padre Alejandro Solalinde que para decir lo menos me deja perplejo. Dice Solalinde que “López Obrador tiene mucho de Dios” y que “Dios del cielo apoya, pero López Obrador está haciendo el milagro de la Cuarta Transformación”. Padre Solalinde: ¿López Obrador “tiene mucho de Dios”? ¿Estamos todos locos?
En fin. Esperemos que esta última semana de octubre, cuando se supone que se conocerá el programa de seguridad y los nombres de quienes estarán a cargo de esa estrategia, volvamos a la normalidad. Que aunque no haya sido su propuesta de campaña, el presidente electo acepte la opinión de quienes saben sobre el tema y decida concluir el aeropuerto de Texcoco, porque no sólo es la única opción viable, sino porque es una obra en la que se han invertido ya, con los compromisos de futuro, 200 mil millones de pesos y un tercio de ella ya está realizada, castigando, si las hubiera, cualquier irregularidad en esos contratos.
Que acepte que la política petrolera del país no puede volver a la época de José López Portillo. Que invite si quiere a Maduro, pero que, por lo menos, le exija que acabe con la represión contra su pueblo y que así deje en claro que López Obrador no es lo mismo que Maduro. Que el propio Presidente les explique al padre Solalinde y a muchos de sus seguidores, que no es Dios, que López Obrador es un hombre, un político, con defectos y virtudes, aciertos y errores, que impulsa una política que puede funcionar o no y que, como casi siempre ocurre, tendrá en ella algunos capítulos que podrá sacar adelante y otros que no. Dios, dicen, está en los cielos y no gobierna, el gobierno es cuestión de los hombres, no de seres sobrenaturales a los que se les rinde culto.
Por cierto, y hablando de estas cosas, no se pierdan a Horacio Villalobos en la obra Un acto de Dios. Excelente.Información Excelsior.com.mx