Por Ángel Verdugo
Una de las preguntas que con más frecuencia plantean hoy los interesados en la situación venezolana, es cuánto tiempo más va a aguantar ese país. Las imágenes que muestran los noticiarios televisivos y las que reproducen los medios impresos, dan pie a la pregunta aquella.
Al conocer un poco más, tiende uno a sorprenderse de la resistencia de ese pueblo que ha soportado todo; si bien el éxodo rebasa ya los dos millones de venezolanos, otros siguen dando la batalla y esperan, a estas alturas, prácticamente un milagro: la caída de Nicolás Maduro. A la tragedia venezolana se une la de otros pueblos, el sirio por ejemplo y los ejemplos de sobrevivencia de algunos grupos africanos.
La resistencia de las sociedades ante las tragedias parece, en no pocas ocasiones, ser infinita. Sin embargo, al pasar del sentimiento de solidaridad y llegar al análisis objetivo, la conclusión es otra: No hay sociedad que posea una resistencia infinita; tarde o temprano se rompe el equilibrio precariamente mantenido, y el conflicto estalla, casi siempre violentamente.
Los procesos de degradación en un país adquieren, en cada caso, especificidades que sorprenden; el desenlace no necesariamente es violento ni el proceso tarda años. Hay ocasiones donde el proceso termina en poco tiempo, y la solución es pacífica y civilizada.
Sin embargo, siempre las preguntas que se hacen los especialistas en relación con las causas que dieron origen al conflicto estudiado, tardan en ser respondidas o jamás encuentran las respuestas correctas; de ahí la imposibilidad de evitar la repetición de un nuevo proceso de degradación, debido a causas diferentes o impensables poco tiempo antes del estallido de aquél.
En los tiempos actuales, por ejemplo, hay procesos que a medida que se presentan situaciones nuevas, uno tiende a pensar que alguna de las entidades en conflicto
–de tener el poder necesario y la voluntad política exigida–, tomará medidas radicales y el conflicto será enfrentado y resuelto. Si bien la solución no es siempre la más adecuada, al menos el conflicto cambia de carácter, y la normalidad perdida empieza a ser reconstruida.
Pienso en dos, específicamente; la presidencia de Donald Trump y el proceso independentista de Cataluña, en España. Los meses pasan, se presentan situaciones que ayer eran impensables y por encima de ellas, los conflictos siguen; escalan y se complican, y su solución se ve cada día más lejana.
Ahora, para pensar en lo local, imaginemos esta eventualidad: México y el próximo gobierno. Supongamos que la gobernación que lleve a cabo López y su gabinete estuviere marcada por afirmaciones como las recientes relativas a la bancarrota del país y al papel del Banco de México en un conflicto financiero, y algunas otras como la de tengo mis datos.
¿Cuánto tiempo aguantarían los agentes económicos privados declaraciones así, o una gobernación basada en afirmaciones sin el menor sustento? ¿Qué posición adoptarían los organismos empresariales? ¿Sería razonable pensar que las desestimarían y seguirían invirtiendo? Además, ¿desecharían el efecto cambiario negativo que generarían, y seguirían adelante con sus proyectos de expansión y las nuevas empresas proyectadas?
Por otra parte, ¿cómo reaccionarían la clase política y los partidos de oposición? ¿Qué harían los radicales que veneran a López y odian a los empresarios? Y las fuerzas controladas por López, ¿qué pensarían?
¿Qué piensa usted? ¿Es impensable el ejemplo?
Información Excelsior.com.mx