Por Ángel Verdugo
Como usted sabe y seguramente aprovecha la ocasión, los últimos días de todo año calendario son ocasión propicia para hacer el recuento del año que termina; asimismo, como complemento natural de esta vieja y arraigada costumbre, una vez realizado dicho recuento solemos seguirnos y enlistamos las ilusiones expresadas, y los buenos deseos para ver concretadas las unas y hechos realidad los otros durante el año que en unos cuantos días comenzará.
Sea que lo anterior fuere expresado públicamente o guardado celosamente en la esfera más privada de cada uno de nosotros, en mayor o menor medida cada uno llevamos a cabo las tareas arriba mencionadas. Dejemos pues, que cada uno de nosotros entonces, haga eso y decida si sus deseos para el año próximo los da o no a conocer y vayamos, si me lo permitiere, a intentar hacer eso mismo, pero en una esfera más amplia, la que abarque a los mexicanos todos.
Frente a lo que hubiéramos hecho y cómo lo hubiésemos hecho durante el año 2018, pienso que para el año próximo —2019— no habría mejor síntesis de las ilusiones y deseos que la pregunta del título: ¿Algún día seremos adultos, o siempre niños de pecho? Intentaré explicarme; de no lograrlo, le ofrezco una sentida disculpa.
La sociedad mexicana —así, en general, pero con el reconocimiento de que hay excepciones honrosas— es, lo aceptemos o no, está integrada por niños de pecho, bebés aún en la etapa de gatear porque, a pesar de la edad no nos hemos a atrevido a dar los primeros pasos para aprender a caminar.
Esto, repito, lo aceptemos o no, nos coloca en la situación bien conocida por los abogados: Inimputables. Dada esa condición —bebés de pecho—, de nada se nos puede acusar a pesar de haber cometido las peores atrocidades.
Sin duda, no pocos de los que lean esta colaboración se manifestarán ruidosamente —con insultos y procacidades diversas— en contra mía, por haber tenido el atrevimiento de decir públicamente lo que bien sabemos nos pinta de cuerpo entero: La renuencia a empezar a ser adultos, y negarnos a aceptar las consecuencias de nuestras decisiones.
De revisar las conductas de quienes en otras sociedades se arriesgan y deciden, encontraremos que los países que han mejorado sus niveles de calidad de vida en los últimos 60 o 70 años, son aquéllos que sin la menor indecisión buscan, sin ser adultos para decidir y también, enfrentar las consecuencias de sus errores y disfrutar los beneficios de sus aciertos.
Aquí, por el contrario, nos aterra decidirnos, definirnos en torno a este tema y preferimos permanecer, o ajenos o en la mejor de las indefiniciones; la ambivalencia nos encanta, y rechazamos con un celo digno de mejor causa, la menor posibilidad de decidir algo que daría por resultado que alguien pudiere señalarnos como apoyadores de tal o cual proyecto, candidato o partido. Somos como país, para decirlo claro y pronto, la expresión de la indecisión, del movernos entre dos aguas y de aquello de como digo una cosa, digo la otra.
Puede los habitantes que así piensen y actúen de este o aquel país, ¿remover los obstáculos que le impiden a su economía crecer, y sentar las bases de un mejor futuro para las siguientes generaciones? La respuesta será, desgraciadamente: Puede que sí, puede que no; lo más seguro es que quién sabe.
Para terminar, le pregunto algo que espero no le moleste, y mucho menos lo ofenda: ¿Por qué no se plantea como deseo a cumplir durante el próximo año, tratar de ser adulto?. Información Excelsior.com.mx