Por Jorge Fernández Menéndez
Dice Hugo López-Gatell que no dará ningún informe sobre la evolución de la situación clínica del presidente López Obrador porque el mandatario “es un funcionario público, pero también un ser humano que merece privacidad”. Que es un ser humano queda claro, pero en todo lo demás se vuelve a equivocar el subsecretario. Ya suele ser costumbre. El presidente López Obrador no es un funcionario más, es el Presidente de la República (una institución) y, salvo datos que no afecten el normal funcionamiento del país y de las instituciones, la sociedad tiene derecho a saber cuál es su estado de salud, cómo evoluciona, cómo y dónde se lo trata. Con el cargo se asume la responsabilidad y también la comprensible reducción de la privacidad.
Hace apenas unos meses, López-Gatell aseguraba que el Presidente no era una fuerza de contagio, sino “una fuerza moral”. Pues bien, el contagio presidencial ha puesto de manifiesto que, como cualquier ser humano, López Obrador es una fuerza de contagio. Y como tal debe ser tratado. Ya hay por lo menos un contagiado de ese recorrido, el general Guzmar González Castillo, jefe de la XII Zona Militar de San Luis Potosí, que estuvo con el primer mandatario el sábado en la inauguración de un cuartel de la Guardia Nacional.
Pero respecto a la gira y la enfermedad del Presidente hay mucho más que decir. Primero se confirma la falta de aplicación de algo que el propio López-Gatell había asegurado que existía, un protocolo para el cuidado del primer mandatario. López Obrador debió cancelar su gira desde el sábado, cuando comenzó con sus primeros síntomas de una fuerte gripe, incluso con fiebre. En la situación que vivimos era y es insensato para cualquier persona ir a trabajar en esas condiciones, más aún para un Presidente.
Pero vamos más allá: los actos públicos, como los de viernes y sábado, en los que participó el mandatario, no tienen razón de ser durante una pandemia global. Estoy lejos de considerar que el Presidente se debe encerrar y gobernar desde un despacho, incluso en estas circunstancias. Entiendo que quiera reunirse con el grupo de los Diez, en Monterrey, aunque, incluso así, habría que tomar previsiones especiales. Cuando López Obrador fue a Washington, él y toda su comitiva tuvieron que hacerse una prueba rápida de antígenos antes de entrar a la Casa Blanca.
Lo que no tiene sentido es recorrer el país inaugurando obras pequeñas, como hizo en Nuevo León y San Luis y, además, llevarse con él a todo el gabinete de seguridad, incluyendo la secretaria del sector, el secretario de Defensa, el de Marina, el jefe de la Guardia Nacional y otros funcionarios, lo que implica el movimiento de decenas de personas. Es un riesgo de seguridad a secas (ni siquiera Biden, en su toma de posesión, reunió a todos sus mandos militares y de seguridad) y un doble o triple riesgo en medio de una pandemia.
Es más riesgoso aún, para el Presidente y para todos los demás, su insistencia en utilizar vuelos comerciales. El sábado, Andrés Manuel ya tenía síntomas de una fuerte gripe y no tendría que haberse reunido con la candidata Clara Luz Flores en Monterrey, no tendría que haber viajado en camioneta acompañado de su equipo a San Luis Potosí, pero mucho menos después de haberse hecho la prueba covid, con gripe y fiebre, haber viajado en un avión comercial. Son medidas de prevención básicas, que se aplican a todo el mundo con riesgo de haber contraído covid.
Se expuso al Presidente, expuso a su equipo, a muchos de los principales miembros del gabinete, pero también a todos los pasajeros de ese vuelo (y también a los del vuelo de Monterrey, aunque ello haya sido cuando aún no tenía síntomas).
Como ya se ha señalado (Carlos Marín, el lunes pasado), con un Estado Mayor Presidencial que cuidaba, entre muchas otras cosas, de la prevención y la salud del Presidente y su entorno, esto difícilmente hubiera sucedido, porque era una de las cosas que eran cuidadas al extremo por ese desaparecido cuerpo especializado.
Y también para eso están las aeronaves propiedad del Estado. No son un lujo, son una necesidad: con el Presidente viajando en vuelos comerciales se coloca él y coloca en un riesgo innecesario a pasajeros que lo acompañan involuntariamente, además de que pierde comunicación (ya le sucedió con el culiacanazo y en dos ocasiones en que lo buscó el ahora expresidente Trump y no pudo ser localizado). No son lujos del poder, son sus instrumentos.
Si el mandatario hubiera cancelado sus actividades el sábado temprano, cuando tuvo los primeros síntomas (y un Estado Mayor como el que se desapareció lo hubiera impelido a ello), como dictan los protocolos, si hubiera volado en cualquiera, hasta el más pequeño, de los aviones del Estado, no se hubiera puesto en riesgo él y ni hubiera expuesto al contagio y al riesgo a muchas más personas, incluyendo el corazón de su equipo de trabajo.
Paradójicamente, a un Presidente al que tanto le gustan los ritos del poder, no le gustan los protocolos del mismo, y nadie lo hace cumplirlos, a veces porque no existen y otras porque se los ha dejado de lado. Y pierde el Presidente y perdemos todos. Información Excelsior.com.mx