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AMLO y el presidencialismo recargado

POr Leo Zuckermann

Esta historia literalmente comenzó el primero de diciembre en la toma de posesión de López Obrador como Presidente. Al aire entró la “cadena nacional”, una de las peores costumbres del régimen autoritario priista, donde todos los medios tienen que encadenarse obligatoriamente para transmitir la misma imagen y sonido controlado por el gobierno. La periodista que narraba el traslado de AMLO de su hogar al Congreso informó que el nuevo mandatario había desayunado huevos. Parecía chiste, pero no lo era. Durante años, cuando los medios querían contrastar el cambio democrático en nuestro país, se rememoraba aquellos años en que los periodistas, en las cadenas nacionales, informaban qué había desayunado el señor presidente. Pues bien, ese viejo presidencialismo exacerbado, todo poderoso, imperial como bien lo calificó Enrique Krauze, estaba anunciando su intención de retornar de manera recargada.

No sorprende que López Obrador lo pretenda. Él siempre ha sido muy claro en su intención de reconcentrar el poder en la institución presidencial. Desde el primer día después de las elecciones ha hecho todo para que así sea. Lo interesante será la reacción de todos los actores políticos, económicos y sociales frente a este proyecto de presidencialismo recargado.

Cotidianamente vemos historias sobre este tema. Ahí está, por ejemplo, la de Guillermo García Alcocer. Al presidente de la Comisión Reguladora de Energía (CRE) se le ocurrió criticar veladamente a los candidatos a comisionados de esta institución que envió AMLO al Senado. Esto es incompatible con el presidencialismo recargado. El titular de una institución como la CRE no debe cuestionar al señor Presidente de la República. No, no, no. Por tanto, en una conferencia matutina, AMLO le solicitó a la secretaria de la Función Pública y al titular de la Unidad de Inteligencia Financiera que fulminantemente enjuiciaran a García Alcocer por posible conflicto de intereses, sin pruebas, con puras insinuaciones. En media hora hicieron pomada el prestigio profesional del presidente de la CRE.

¿Y qué hizo García Alcocer? Pedirle una audiencia a su verdugo, quien amablemente se la concedió. Humillado, entró a Palacio Nacional. Salió, eso sí, contentísimo. El Presidente había sido muy respetuoso, lo había escuchado y le había informado que no tenían la intención de perseguirlo. La antigua tradición del besamanos al señor todopoderoso que un día doblega y al siguiente perdona. Presidencialismo recargado.

Otro ejemplo: la comunidad empresarial. A la gran mayoría no le acaba de convencer López Obrador. Sin embargo, acuden a sus eventos y, en lugar de decir lo que piensan, le ofrecen todo su apoyo. Estamos con usted, Presidente. Diga hacia dónde vamos y nosotros lo seguiremos. Pura retórica porque los datos demuestran que no están invirtiendo más dinero desde que ganó AMLO.

A la mayoría de los empresarios, con razón, les preocupa el retorno de un presidencialismo ahora recargado. No les fue nada bien en las épocas donde la economía se manejaba desde Los Pinos. Hay otros, desde luego, que están fascinados con el retorno de ese sistema porque son expertos en ganarse la voluntad presidencial para hacer grandes fortunas. Los eternos cuates del capitalismo de cuates. Están felices porque AMLO quiere un presidencialismo recargado en el que se hace dinero rápido con buenas relaciones políticas más que compitiendo y respetando la ley.

López Obrador ensambló una coalición de gente a la que le encanta la idea de un presidencialismo recargado. Por un lado, los viejos priistas, como Bartlett o Jiménez Espriú, a quienes les disgustó la idea de limitar el poder presidencial como condición para democratizar el país. Por otro, los izquierdistas que nunca vieron a los líderes socialdemócratas (Willy Brandt, François Mitterrand o Felipe González) como su modelo político sino a los hombres fuertes revolucionarios: Lenin, Mao, Fidel y El Che. A todos ellos hay que agregar a los que falsamente piensan que un solo hombre puede cambiar a un país tan complejo como México. Digo falsamente porque nunca en la historia hubo un sistema político de concentración de poder en una sola persona que acabara bien. Existieron autócratas ilustrados que dieron buenos resultados. Pero luego los sucedieron tiranos que subyugaron a sus pueblos. Por eso, más que un presidencialismo recargado, en México necesitamos una democracia liberal con contrapesos. La apuesta debe ser a favor de instituciones que funcionen no de un solo hombre que decida todo. Información Excelsior.com.mx

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