Por: Jorge Fernández Menéndez
El problema que enfrenta Ricardo Anaya, más allá del tema patrimonial, es eminentemente político. Para defender sus posiciones está comprometiendo, en una disputa política, pero personal, a toda la estructura de su partido, no toma definiciones respecto del proceso interno de selección de candidato presidencial porque quiere serlo e incluso ha terminado enfrentado con un grupo de por lo menos 12 senadores que consideran que lo importante es la agenda legislativa, no la defensa del patrimonio del suegro de Anaya.
En realidad, Anaya rompió con el PRI después de las victorias electorales de junio del año pasado, que fueron el punto más alto de su gestión en el blanquiazul, pero también el que marcó el inicio de su declive. Y lo hizo porque fue entonces cuando se sintió candidato.
Fue similar a lo que sucedió con Roberto Madrazo cuando era presidente del PRI: ganó varios procesos electorales locales, tenía mayoría en el Congreso y, desde allí, rompió con aliados internos y externos. Operó para imponer su candidatura desde la presidencia del partido y terminó en el tercer lugar, lejos de Felipe Calderón y López Obrador. Con un agravante: en aquella elección, en 2006, el PRI obtuvo para el Congreso muchos más puntos que para su candidato presidencial. En otras palabras, buena parte del voto priista se volcó hacia Calderón, en contra de López Obrador, y abandonó a Madrazo.
Hoy, doce años después, si insiste en imponer su candidatura, Anaya se enfrentará a una coyuntura similar, con la posibilidad de que los votos panistas se vayan hacia el PRI, sobre todo si el candidato es José Antonio Meade.
Con un factor adicional: Morena, cuyo piso y techo electoral son prácticamente los mismos, cerca de 30 por ciento, se está enfrentando a su primera crisis interna. La manipulación que han hecho para impedir la candidatura de Ricardo Monreal en la Ciudad de México es vergonzosa por evidente y por el intento de engañar a su militancia y a la ciudadanía, por el silencio de López Obrador y por la intervención abierta de sus hijos en detrimento de los organismos del partido. Los resultados divulgados ayer no debilitan, sino refuerzan esa percepción, ya que los mismos no coinciden con una sola de las encuestas levantadas desde meses atrás.
Muy crítico con esta columna y su autor, ha resultado quien, desde siempre, mejor defiende los argumentos de López Obrador: el director de SDP, Federico Arreola. Mi exdirector en Milenio dice que quizá yo he cambiado porque antes me consideraba un periodista serio. No creo haber cambiado, el debate que tenemos hoy con Arreola lo hemos mantenido por años, y lo seguimos manteniendo ahora. Federico se equivoca y mucho en su texto. Dice que insulté a Claudia porque dije que era una tontería utilizar el argumento de género para decir que por eso criticaban la encuesta de Morena. Pues no me equivoqué: es una tontería, un argumento indigno de una mujer preparada como Claudia: nadie la ha criticado por ser mujer, ni siquiera se le ha criticado a ella en particular (yo no lo hago en mi texto). Lo que se critica es el engaño de la encuesta.
Dije que la encuesta no es seria y Federico pregunta que cómo puedo saberlo. No es seria porque hay otras 17 encuestas que muestran resultados diametralmente diferentes. Porque esos mismos resultados son contradictorios (¿Martí es más conocido que Monreal?) y porque tardaron cuatro días en darlos a conocer. Dice Federico que miento, que todos los precandidatos de Morena aceptaron las reglas y que si hubiera leído alguna declaración de Monreal lo sabría. No es verdad: el único acuerdo fue que se designaría al candidat@ mediante una encuesta, pero no hubo acuerdo sobre lo demás. La propuesta de Monreal de que se realizaran encuestas espejo fue desechada. No sólo leí las declaraciones de Monreal, lo entrevisté y esa entrevista salió al aire en el programa Todo Personal, y escribí sobre el tema en esta columna. Tan no estaba de acuerdo Monreal con el método, que le ha pedido a López Obrador que rectifique el engaño cometido con la misma. Federico, hay que leer menos selectivamente.
Se pregunta Federico cómo sé que los hijos de López Obrador participaron en ese proceso. Pues lo sé porque es público. Porque López Obrador ha designado a sus hijos Andrés Manuel y José Ramón como dirigentes del partido en la ciudad y el Estado de México, es información pública. Lo sé, porque dirigentes de Morena informaron que estaban reunidos con José Ramón revisando los resultados. Por cierto, Gonzalo, otro hijo, es el dirigente de Morena en Tlaxcala.
Como sé que a Bartlett lo acusaron de fraude y ahí está, con López Obrador; como sé que Romo fue socio de Pinochet; como sé que Korrodi, el de Amigos de Fox, también ha sido recibido y como sé que Morena defiende a Rigoberto Salgado, el (todavía) delegado de Tláhuac, y a sus hermanos, pese a su relación con el cártel que operaba desde hace años en esa demarcación.
Mi respeto y afecto personal por Federico Arreola no ha cambiado. Mis profundas diferencias por la forma intolerante y autoritaria de hacer y entender la política de López Obrador, tampoco. Información Excelsior.com.mx