Por Jorge Fernández Menéndez
Hoy será la reunión del canciller Marcelo Ebrard con el secretario de Estado de la Unión Americana, Mike Pompeo, sobre el tema de las sanciones arancelarias que quiere imponer Estados Unidos a México. Nadie sabe, con un presidente como Trump, que además está ejerciendo sus desaguisados diplomáticos en Londres, cómo concluirán esas negociaciones, pero lo cierto es que más allá de esos encuentros, la política exterior de nuestro país demuestra una profunda debilidad que va mucho más allá de las capacidades del canciller o del cuerpo diplomático.
Esa debilidad está marcada por un hecho: al presidente López Obrador ni le gusta ni le interesa la política exterior, el rol de México en el mundo y lo entiende, basado en lo que le gusta, la historia nacional, un poco como la prolongación de viejas gestas: Benito Juárez con Lincoln, la expropiación petrolera. En la época de las comunicaciones face to face con cualquier persona, en cualquier lugar del mundo, envía cartas.
El Presidente ha ratificado que no irá a la reunión del G20 en Osaka, donde se encontrarán los mandatarios de los países más importantes del mundo en un momento particularmente delicado de las relaciones globales, pero ha dicho que les escribirá una carta a esos mandatarios. No imagino que Trump, Putin, la señora Merkel o Xi Jinping hagan un espacio en sus agendas para leerla.
La relación entre los jefes de Estado debe ser directa, es una de las formas irremplazables que tiene un mandatario para saber qué pasa por la cabeza de otros líderes de Estado, cuáles son los temas que los mueven, cómo son ellos. Y para mostrarse él mismo en comparación con sus iguales.
El G20 y otros similares son foros que sirven hacia afuera, pero, además, bien utilizados, sirven y mucho hacia adentro. Hay mandatarios que hicieron de eso un instrumento utilísimo para el desarrollo de sus países. Ya lo hemos dicho: Luiz Inácio Lula da Silva, expresidente de Brasil, fue una estrella en los foros internacionales, lo que le permitió colocar muy alto el nombre de su país y canalizar inversiones, aunque era un hombre que apenas había terminado la primaria y que no hablaba una palabra de inglés, pero era bien recibido por los hermanos Castro, por Obama, por Putin, por Xi Jinping.
Cuando se dice que México será una potencia, como lo asegura el presidente López Obrador, se debe asumir que las potencias lo son en un mundo competido, con intereses locales y globales, con una economía profundamente interrelacionada y con una política exterior coherente con ese objetivo. No puede ser de otra forma. No es verdad que la mejor política exterior es la política interior: cada una tiene sus reglas, sus objetivos y sus normas, y deben alimentarse mutuamente.
El presidente López Obrador ha dicho que enviará a Osaka en su representación al canciller Ebrard y al secretario de Hacienda, Carlos Urzúa. El problema es que, en las reuniones privadas entre los mandatarios, el canciller o el secretario de Hacienda, no entran, no participan, no tienen, por obvias razones, el mismo nivel. Si el presidente de un país desprecia el encuentro, en otras palabras, se lo pierde.
Es un grave error, como lo es, alegando razones de austeridad, haber cancelado ProMéxico, el Consejo de Promoción Turística (CPTM) y otras instancias que ponían, para bien, el nombre de México en el mundo.
Es un error, en el momento de mayor tensión con Estados Unidos, no sólo no ir y mostrar fuerzas y crear relaciones con las demás potencias del mundo (a las que nos queremos equiparar) a la reunión G20, sino también debilitar la estructura consular, sobre todo en la Unión Americana; haber desmantelado buena parte de la red de lobbying que se construyó durante décadas en Estados Unidos.
Hoy, en los medios estadunidenses no hay voceros extraoficiales con nuestra posición y tampoco los hay en el congreso o en los estados que saldrán afectados por los aranceles de Trump. Esa red era la que quería preservar Ebrard poniendo una oficina privada en Washington. No se le dejó avanzar en ello con el argumento de los recortes y de que sería una suerte de embajada alterna: no era así y hoy, en la actual coyuntura, hubiera sido un instrumento más que útil. Las embajadas y consulados no pueden hacer esa labor, como no pueden promocionar el turismo o las inversiones.
México debe pesar donde se toman las decisiones, y debe hacerlo cara a cara. Las cartas entre mandatarios son instrumentos del siglo XIX, inoperantes en el mundo global e interconectado. Información Excelsior.com.mx