Por Yuriria Sierra
En cuatro días es el primer debate presidencial. El primero de tres, aunque parece que ya lleváramos años en campaña. Será la primera vez que los cinco candidatos estén frente a frente y, por encima de cualquier asunto, definirán, frente a ellos y los electores, cuál es su papel en esta elección. Previo a este primer encuentro, analizaremos lo que, pensamos, tendría que ser la participación de cada uno de los candidatos. ¿En dónde tendrían que poner mayor atención? ¿Qué dirección y qué tipo de fuerza deben tener sus dardos? ¿Qué deben sacudirse antes del debate si quieren tener una participación relevante?
Para José Antonio Meade ésta es la última llamada. Tres meses de actividades proselitistas no han logrado lo que esperaban obtener casi de facto con ayuda de la imagen “ciudadana” del exsecretario de Hacienda: un repunte de las preferencias por PRI. Meade está hoy en algunas encuestas en un apretado segundo lugar y en otras en el tercero, según el promedio de encuestas. El debate es su oportunidad para reconfigurar su candidatura. De hablarle directamente a los electores que no van a sus mítines, que siguen su campaña todavía a la espera de que logre distanciarse de la imagen de un PRI que no ha generado más que profundo enojo entre la población, lo vinculan con todo un expediente responsable del descontento social. ¿Qué pasaría el próximo domingo si logra desmarcarse de todo eso que los electores (e incluso muchísimos priistas) no toleran hoy en día de la marca tricolor? Al interior del partido saben lo evidente, como lo sabemos todos: su principal pasivo en la candidatura es la mala reputación de la marca que lo abandera. Si todo sabe a PRI y a gobierno federal, ¿cómo buscará Meade el famoso “voto switcher”, ese electorado que no quiere a AMLO, pero tampoco al tricolor? El voto duro priista ahí está, con él. ¿Cuándo le sacará provecho a aquellas virtudes que lo hacen diferente a una clase política tan desprestigiada? Tal vez este primer debate sea una de las últimas oportunidades para posicionarse como el ciudadano que sí es. Y cualquier ciudadano sabe que esta elección ya no es sobre el miedo a López Obrador como en 2006: es una elección marcada por el enojo social.
Es evidente que una de las virtudes de Meade es la claridad con la que expresa no sólo los “qués” sino también los “cómos” respecto a cada una de sus propuestas. Su carrera en la función pública se ha caracterizado por eso. Basta echarse un clavado a su plataforma política para entender que el diagnóstico que hace del país es acertado y sus propuestas también lo son. Pero Meade continúa como el candidato conciliador. Poco a poco ha subido el tono en su mensaje, pero no ha sido suficiente.
Se ha limitado a llamar a debatir sus propuestas, pero nadie ha respondido sus llamados. Aun sabiendo que hay tres encuentros programados entre candidatos, el de este domingo será definitorio. Es el que más importa por ser el que primera impresión causa. Al encuentro debe llegar dispuesto a desnudar a sus adversarios, a evidenciarlos, pero también a dar ese gran paso que lo presente como lo que él sí es y no en lo que una campaña priista lo quiere convertir. José Antonio Meade tiene las cualidades para ello: debe usar su inteligencia para provocar tropiezos, para dar ese último empujón que algunos necesitan para revelar sus reales intereses y carencias. Es la única manera que tiene de sobresalir; dejar a un lado el protocolo priista y su virtud de conciliador, llevar dardos y lanzarlos al blanco. Y contestar con honestidad intelectual, pero también emocional al enojo que la población tiene contra el partido que lo postula y el gobierno que todavía despacha en el Ejecutivo. Si sólo se limita a hablar de sus propuestas, corre el riesgo de rezagarse, quedarse lejos de los competidores que no sólo estarán dispuestos a lanzarse contra el puntero, AMLO, sino contra la otra diana anticipada de toda la elección: el actual gobierno. El discurso de lo mejor para México es para los actos y spots de campaña. Los debates son para debilitar al oponente, y la mejor arma de Meade tendrá que ser demostrar por qué él, y no los otros, tendría que ser el hombre a cargo del país por los próximos seis años. En el debate le habla a quien no lo sigue y, mejor aún, teniendo como evidencia las fallas y contradicciones entre los discursos y las acciones de los otros. Ése es el papel que debe preparar Meade para este primer encuentro. Pero también el del político sensible y honesto que puede regresarle no sólo dignidad al partido que lo postula, sino esperanza a los mexicanos de que los motivos de su enojo son vistos y serán plenamente atendidos. Más aun, cuando uno de los temas que se abordarán será la corrupción y la impunidad. Lo que logre en este encuentro marcará la pauta de crecimiento de su campaña. No puede darse el lujo de desdibujarse al aferrarse solamente al discurso de propuestas, cuando es evidente que los contendientes irán con sus carrilleras cargadas. O eso suponemos. Mañana le toca a López Obrador.Información Excelsior.com.mx