Por Pascal Beltrán del Rio
Personas que creen que mi profesión tiene un filón adivinatorio me preguntan con frecuencia quién ganará la elección presidencial.
Les contesto con sinceridad: no tengo idea. Pero antes de que piensen que estoy ocultando algo, les argumento las razones de mi no respuesta.
Por supuesto, les digo, veo las encuestas. Como todo mundo. Y no puedo recordar una sola que no dé una ventaja en las preferencias al mismo candidato, por una diferencia que va de los cinco a los 25 puntos.
¿Eso significa que él ya ganó la elección? Yo creo que no. Primero, por una razón obvia: los votos no se han depositado ni contado. Algunas boletas, cruzadas en el extranjero, ya se han enviado por correo a México. Sin embargo, la enorme mayoría de los mexicanos que piensa votar aún tendrá que esperar para ello más de cinco semanas.
En segundo lugar –digo a esas personas–, el porcentaje que registran las encuestas a favor del puntero es relativo. Para saber qué estudio demoscópico tendrá la menor diferencia entre la preferencia expresada y el resultado electoral, tendremos que comparar las últimas encuestas que se publiquen con las cifras finales.
Habrá quien diga, con base en ese cotejo, qué casa encuestadora hizo bien su trabajo y cuál lo hizo mal. Pero incluso ese juicio será relativo. Porque no es lo mismo expresar una preferencia que ir a votar.
Digamos que yo le pido a un grupo de diez personas que me digan si piensan votar y por quién votarán. Las diez responden que sí van a votar. Cinco de ellas me dicen que por el candidato A, tres por el B y dos por el C. Sin embargo, el día de los comicios, sólo seis de las diez van a votar, y resulta que tres votaron por B, dos por A y uno por C. En ese caso, ¿se habría equivocado mi sondeo (nada científico)?
Se puede argumentar que no. Porque, primero, yo no controlo la variable de la participación. El que alguien diga que va a votar no significa que efectivamente lo haga; y de las diez, sólo seis acudieron a las urnas.
Tampoco puedo saber –a menos de que se los pregunte y me respondan con honestidad– si los votos depositados a favor de cada candidato fueron de personas que habían expresado su preferencia por ese candidato o por una combinación de personas que se mantuvieron firmes en su intención de votar por ese candidato y personas que cambiaron de opinión a la mera hora.
Siguiendo el mismo ejemplo, ¿por qué no fueron a votar cuatro de las diez personas que dijeron que lo harían? Las razones pueden ser múltiples: les dio flojera, tenían otra cosa que hacer, se enfermaron, sufrieron un percance vial cuando iban hacia la casilla, o quien iba a pasar por ellos para llevarlos a votar no pudo cumplir con el compromiso o –porque esas cosas también pasan– el elector se murió la víspera.
No es muy distinto lo que ocurre en la vida real. Existen preferencias expresadas en las encuestas, sí. Y la mayor parte de los encuestadores que conozco son gente seria, también. Pero eso no quita que el día de las votaciones podamos constatar una diferencia pequeña o grande entre lo que dice hoy o mañana el promedio de las encuestas y el resultado electoral.
A las pruebas me remito: ha sucedido en tiempos recientes en elecciones en México y otros países. La lección consiste en no tomar las encuestas –menos aún, a 40 días de la elección– como un oráculo.
Por supuesto, las encuestas inciden en la conversación. Y no dudo que el pensar que alguien “ya ganó” provoque que algunos indecisos voten por él u otros cambien su intención de voto. Finalmente, hay gente que le gusta estar con el ganador, sea quien sea, y también a quien le conviene estar con él y, sobre todo, que se sepa que lo está.
Pero luego vienen otras variables. En las elecciones mexicanas, un buen porcentaje de los votos que se depositan en las urnas son de ciudadanos previamente “movilizados” en grupo para ir a votar, ya sea que estén convencidos de la opción por la que sufragan o hayan recibido un “estímulo” para votar en determinado sentido.
Esta práctica puede ser cuestionable e incluso rayar en la ilegalidad, pero es real.
¿Quiénes movilizan el voto en México? Generalmente, las autoridades constituidas. Principalmente, alcaldes y gobernadores.
Después, considere usted los imponderables. Sucesos políticos y eventos naturales que pueden poner de cabeza las intenciones de voto y la participación de los electores.
Y, finalmente, los cambios de humor. Quien hoy piensa votar por C, a lo mejor vota por B sólo para que A no gane la elección. El famoso voto útil.
¿Este arroz ya se coció? Quizá sí. Hoy puede estar cocido, pero las elecciones ocurrirán en más de cinco semanas. Es tiempo suficiente para que ese arroz, que hoy está cocido, se queme y ya no se pueda comer. Información Excelsior.com.mx