Por Jorge Fernández Menéndez
La gran mayoría de los países están tomando medidas rigurosas contra la pandemia del COVID-19, incluyendo algunas que parecen excesivas (y que están siendo revisadas, porque si se aplican en forma drástica serían, sencillamente, impracticables), como la cancelación de viajes entre Estados Unidos y Europa por 30 días que decretó el presidente Trump.
Pero el gobierno federal parece mantener la calma y el presidente López Obrador sostiene que no se debe exagerar la situación e, incluso, que la generalización del temor es algo así como una nueva conspiración conservadora.
Es verdad que hay que mantener la calma. Nada es peor ante situaciones de riesgo y vaya que una pandemia lo es, que el miedo, que puede llevar a tomar decisiones irracionales e, incluso, contraproducentes. Pero entre el mantenimiento de la calma y la inacción o la irresponsabilidad a veces hay una distancia corta.
En términos de salud pública, estamos viviendo una crisis que trasciende el tema del coronavirus: el reemplazo del Seguro Popular por el Insabi ha sido, en buena medida, caótico y, al mismo tiempo, el desabasto de medicamentos no se ha solucionado. Lo sucedido en el hospital de Pemex, en Tabasco, donde han muerto varios pacientes (los familiares aseguran que son más que los cinco oficialmente reconocidos) por la aplicación de medicinas adulteradas es una demostración de lo profunda que es esa crisis.
La pandemia nos encuentra mal preparados para enfrentarla. Es verdad que tenemos un cuerpo médico capacitado y que, incluso, la forma en que se trató el H1N1 ha dejado experiencias sobre cómo actuar ante ese tipo de emergencias. Pero pareciera que, quizás para demostrar que “no somos iguales”, ahora se quiere proceder en forma muy distinta a como se actuó en 2009, cuando también confluyeron una crisis económica global con una epidemia que amenazaba convertirse en pandemia.
Ni en términos de salud ni económicos estamos abrevando de aquella experiencia que fue, hay que decirlo, exitosa, tanto en frenar el avance de la enfermedad como en mitigar las consecuencias de la crisis económica.
Resulta extraño, por ejemplo, que no se tomen medidas adicionales ante decisiones como las de nuestros principales socios comerciales, que están cancelando vuelos y aislando comunidades. Algunas de las medidas que anunció el presidente Trump parecen exageradas y contraproducentes, como la cancelación de vuelos con Europa, pero no se puede simplemente ignorarlas. Se anunció que México no restringirá esos vuelos, que, en ese sentido, seguiremos con una política de cielos abiertos e, incluso, se especuló en que México podría ser la puerta de entrada de quien quiera llegar a la Unión Americana.
Pero, ¿qué pasará si la enfermedad se instala en nuestro país?, ¿tenemos medidas preventivas suficientes para controlar a todos los viajeros internacionales? Por lo menos en el aeropuerto capitalino esas medidas parecen ser muy indulgentes. ¿Tenemos siquiera las suficientes pruebas para confirmar casos de coronavirus? Porque Estados Unidos no las tiene. Por cierto, ¿cómo puede ser que del otro lado de la frontera haya algunos miles de casos y que en México sólo tengamos doce, por lo menos hasta el momento de escribir estas líneas? ¿Estamos preparados, por ejemplo, para un cierre parcial de la frontera con Estados Unidos, algo con lo que Trump ha especulado muchas veces, más aún en plena campaña electoral, si crece la enfermedad en México?
Todas esas y muchas otras más son preguntas que hoy no tienen respuesta. Menos la tienen las repercusiones en el ámbito económico. Ayer, la BMV se desplomó, el dólar alcanzó máximos históricos, mientras el precio del petróleo sigue por los suelos. La respuesta gubernamental sigue siendo decir que estamos blindados, sin tomar medidas adicionales serias de fondo y argumentando que vamos a refinar más petróleo, cuando los especialistas e inversionistas insisten en que meter más dinero a refinación y a proyectos como Dos Bocas es lo que terminará llevando a Pemex a la quiebra.
Gastamos la mitad del fondo de contingencia, unos 150 mil millones de pesos, para financiar, el año pasado, a Pemex, y las pérdidas de la empresa aumentaron en un 90 por ciento. Es invertir dinero bueno en lo malo. Las políticas energéticas que se reclaman desde la iniciativa privada siguen estancadas y la estrategia gubernamental no se ha movido, a pesar de todas las evidencias en su contra.
Hoy, el presidente López Obrador cerrará la Convención Bancaria en Acapulco. Si no lleva mensajes nuevos, si no logra recuperar la esperanza y las expectativas entre los empresarios y financieros, entre los inversionistas, las repercusiones en los mercados la próxima semana seguirán siendo muy negativas. Entre la pandemia, el dólar y el petróleo estaremos atrapados.Información Excelsior.com.mx