Por Pascal Beltrán del Rio
Siempre he creído que las ideologías son una guía para alcanzar una meta. Pero cuando se convierten en un fin en sí mismo, terminan por nublar la razón.
Una de las discusiones de la actual temporada electoral en México ilustra muy bien lo anterior: la que se da en torno del sector energético del país.
El próximo domingo, la Expropiación Petrolera decretada por el general Lázaro Cárdenas cumplirá 80 años y será ocasión para que las diferentes posturas sobre esa industria se suban al escenario de la lucha por la Presidencia de la República.
De alguna manera el tema ya se ha hecho presente en esta etapa de proselitismo, pues Cuauhtémoc Cárdenas, el hijo del general, ha dicho que dará su voto al candidato que ofrezca echar abajo la Reforma Energética aprobada este sexenio.
Andrés Manuel López Obrador, quien ascendió al pináculo de la política del brazo de Cuauhtémoc Cárdenas, no ha prometido tanto, pero sí ha puesto en entredicho dos partes centrales de la reforma.
En primer lugar, ha adelantado que, en caso de ganar los comicios, revisará la legalidad de los contratos de exploración y producción otorgados por el Estado a inversionistas privados en las distintas rondas de licitación y que, de acuerdo con expertos, significan inversiones por 150 mil millones de dólares.
Segundo, ha dicho que su gobierno apostaría por la autosuficiencia energética, dejando de importar combustibles y procesando en casa los que los mexicanos requieren, mediante la modernización de las seis refinerías existentes en el país y la construcción de una o dos más.
Un reportaje aparecido esta semana en el diario estadunidense The Wall Street Journal informó que “López Obrador quiere detener por completo las exportaciones de petróleo crudo –una fuente de ingresos primordial para el país– porque México se ha vuelto demasiado dependiente de Estados Unidos para obtener gasolina refinada”.
Asimismo, que el plan del candidato presidencial era aumentar la inversión en refinerías para alcanzar la autosuficiencia en combustibles.
La fuente citada en el reportaje era Rocío Nahle, actual coordinadora de Morena en la Cámara de Diputados, anunciada como futura secretaria de Energía por López Obrador si él gana las elecciones.
—¿Es así? –pregunté ayer a Nahle, en entrevista para Imagen Radio.
—Como dice Andrés Manuel, ¿para qué vendemos naranjas e importamos jugo? Mejor exprimamos nosotros mismos el jugo.
Morena y su candidato parecen convencidos de que el país puede dejar de importar gasolinas, más de la mitad del volumen que consume.
Pero ¿realmente tiene sentido?
Ignoro si su propuesta está basada en estudios de viabilidad económica o sólo forma parte de un discurso nacionalista hecho para ganar votos.
En la entrevista, Nahle me dijo que la idea es construir “una refinería grande o dos medianas” y que, en ese último caso, cada una tendría un costo cercano a los seis mil millones de dólares.
Cuando le pregunté cómo se financiaría dicho proyecto, me dijo que todavía se estaba contemplando si sería sólo con recursos del erario o con la participación del sector privado. Supongo que para que eso último se sostenga, la Reforma Energética no puede tirarse a la basura.
En principio, no me opongo a la idea de construir un par de refinerías si el plan fuese rentable. No es una mala idea, si de lo que se trata es de tener seguridad en el abasto.
Pero lograr la autosuficiencia energética suena utópico –uno de esos paraísos que prometen las ideologías– y, francamente, un sinsentido en un mundo de economías complementarias y en el que el motor de combustión interna está condenado a desaparecer en dos o tres décadas.
Además, ¿puede lograr un proyecto así, que seguramente sería transexenal, la autosuficiencia energética en apenas tres años, como lo ha ofrecido López Obrador?
Por otro lado, el discurso parece fincado en el enojo social que existe por el aumento en el precio de los combustibles –el llamado “gasolinazo”– de principios del año pasado.
La lógica detrás de esta propuesta es que si producimos nosotros mismos las gasolinas, éstas serán más baratas. Pero, en realidad, ¿qué tanto? Sus autores no han querido decirlo.
Finalmente, ¿qué haría un hipotético gobierno presidido por López Obrador con el sindicato de Pemex? ¿Lo pondría a operar las refinerías reconstruidas y las nuevas? En ese caso, ¿cómo se absorbería el costo que implica tener tres veces más trabajadores de los que se requieren, además de la pesada carga pensionaria?
En éste, como en otros temas, hay muchas preguntas que se esconden detrás de la nube ardiente del discurso ideológico. Información Excelsior.com.mx