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Barcelona: 17/08

Por Yuriria Sierra

La mañana era como cualquier otra. En la redacción de Imagen Televisión trabajábamos con la que pensamos era la agenda del día: la audiencia de Emilio Lozoya Austin en la PGR por el caso Odebrecht, el inicio del proceso de remoción del delegado de Tláhuac en la Asamblea Legislativa… en fin, los temas que intuíamos serían la nota de este jueves. Pero llegó la contingencia, otra vez, ésa que poco a poco ha sido más frecuente y que busca centrar la atención en una causa por demás equivocada.

Desde lo sucedido en Niza, el 14 de julio de 2016, cuando un camión arrolló a una multitud, matando a 85 personas, han ocurrido otros hechos parecidos. Actos terroristas que se adjudica el Estado Islámico, como medida intimidatoria ante lo que considera su enemigo y que se resume en: la vida de Occidente. Todos han ocurrido en Europa y todos usando un vehículo automotor como arma, tal vez porque es lo que más a la mano está para los más ingenuos soldados de este grupo. Lo vimos en las inmediaciones de París, hace apenas una semana; un hombre de nacionalidad argelina hirió a seis policías que formaban parte de la operación antiterrorismo “Sentinelle”. Por fortuna no hubo vidas que lamentar. Pero entre estos dos episodios, tuvimos el de Londres, en el que un hombre atropelló a un grupo de personas que regresaba de un acto de medianoche relacionado a la celebración del Ramadán. Este hecho dejó nueve heridos y un muerto. Dos semanas antes, el 3 de junio, otro auto, una furgoneta, arrolló a los peatones que caminaban sobre el Puente de Londres, y continuaron su camino hasta llegar a las inmediaciones de un mercado gastronómico. Murieron ocho personas y 40 fueron enviadas al hospital para su recuperación. En abril, un camión mató a cuatro personas e hirió a otras 15, luego de arrastrarlas por la calle Drottninggatan, localizada en una de las zonas comerciales más activas de Estocolmo, en Suecia. En marzo pasado, otro vehículo se estampó en una reja a un paso del Parlamento, luego de atropellar a quienes cruzaban por el Puente de Westminster. Cuatro personas murieron, una de ellas a causa de las heridas que le provocó caer al río Támesis. Otro camión arrasó en un mercado navideño en la capital alemana el 19 de diciembre. Murieron 12 personas y 48 resultaron heridas.

Cuando ocurrió lo del Bataclan, en París, en noviembre de 2015, escribí que a cada tragedia le siguen otras, y no sólo por la obviedad del dolor y de los duelos, sino porque un estallido de violencia generalmente genera efectos dominó, bolas de nieve, avalanchas de sangre. No me equivoqué. El radicalismo del Estado Islámico está decidido a mermar la vida occidental y pretende hacerlo apuntando hacia lo más cotidiano y aparentemente vulnerable: la vida diaria. Y digo vulnerable, porque ayer me conmoví profundamente cuando vi que en redes sociales miles de usuarios comenzaron a publicar fotos de gatitos. Sí, imágenes de sus mascotas, con la única finalidad de no permitir que el Estado Islámico se convirtiera en tendencia, dirigir los reflectores hacia otro lado mientras las autoridades realizan las investigaciones y los trabajos necesarios para detener a los responsables y, en una de ésas, también lograr que estos actos dejen de suceder. Quitarles la atención, demostrarles que este mundo occidental, al que tanto odian, sigue marchando a pesar de sus intentos por apagarlo. Así como en París siguieron bebiendo champán, en Barcelona, sus ciudadanos deben seguir caminando por las playas, por esa zona de La Rambla que ha hecho suspirar a los millones de personas que la ha visitado. Nada como la demostración de la fuerza ante agresiones tan cobardes como lo han sido todas las perpetradas por el Estado Islámico.

Hace unos días se nos rompió el corazón por los atentados en Charlottesville, Virginia. Tal como se nos ha roto con cada ataque de los anteriormente descritos, y aunque la naturaleza del ocurrido en Estados Unidos es distinta, finalmente también es un discurso equivocado. No podemos dejar que esas sinrazones nos llenen de miedo. Y es que ahí está el secreto para no permitir que hechos como estos, cada vez más frecuentes (más insoportablemente frecuentes) nos quiten la capacidad de asombro e indignación, porque, de otro modo, les estaremos dando razones para continuar hasta que nos hayan doblado la espina por haberse incrustado, normalizado, en nuestra vida cotidiana. Información Excelsior.com.mx

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