Por José Cárdenas
Como niño chiquito, Andrés Manuel hace berrinche.
El coraje que le dio lo exhibe no como estadista sino como líder partidista y, peor aún, como el enemigo de aquellos mexicanos, a quienes desprecia, califica de racistas e hipócritas hambrientos de privilegios, por atreverse a ganar la calle para clamar la defensa de la democracia.
Al presidente le duele que los odiados “fifís” y aspiracionistas le hayan arrebatado el monopolio de la calle; le ganan rencor y odio.
La marcha de este domingo fue una fiesta democrática a pesar de la repentina contingencia ambiental, no para dispersar contaminantes sino manifestantes; fue el clamor de miles y miles para evitar el regreso de las elecciones simuladas, controladas por el partido en el poder. También señal y mandato a los partidos políticos para acercarse a la gente harta del morenismo autoritario, en busca de recuperar la esperanza.
Quienes asistimos, y lo digo en primera persona, no fuimos a defender o atacar a nadie. Fuimos a exigir al gobierno no repetir errores del pasado, a demandar un INE autónomo, como lo establece la Constitución.
Con furia, López Obrador olvida que la soberbia mata. Demuestra temor a perder las elecciones con las reglas vigentes. Por eso la maniobra de concretar a cualquier costo una reforma regresiva que, por cierto, el Senado no avalará, promete Ricardo Monreal, líder de la bancada Morena.
El número de asistentes a la marcha no debe ser el centro del debate. Vale anotar que, según el secretario de Gobierno de la Ciudad de México, Martí Batres, fuimos 12 mil; según López Obrador, entre 50 y 60 mil. Guillermo Valdés, ex director del CISEN, estima por lo menos 640 mil. Otros expertos hablan de 800 mil.
Queda claro que, si el gobierno no sabe contar personas, menos podemos confiar en que sabrá contar votos.
Andrés… no somos uno, no somos cien, ¡cuéntanos bien!
Información Radio Fórmula