Por Martín Espinosa
De los pocos bastiones en materia de tradiciones populares que se traducen en una convivencia social sin violencia ni sobresaltos, sin duda es Yucatán. A pesar de los rezagos que en materia desarrollo viven algunos de sus 106 municipios que conforman la entidad, la mayoría de sus poco más de dos millones de habitantes viven en una envidiable tranquilidad en la que destaca la preservación de sus costumbres, lo que se traduce en una sociedad enraizada en los valores heredados de la sorprendente y admirada cultura maya.
Sin embargo, en la última década, la capital del estado, la siempre bella ciudad de Mérida, con sus más de 890 mil pobladores, sufre el embate de la influencia “modernizadora” que prácticamente se ha “comido” mucho de lo que fue la “Ciudad Blanca” hace 20 años. No porque la modernidad no sea válida para las sociedades del siglo XXI, sino porque tanto desarrollo urbano, inmobiliario, comercial y económico no se ha traducido en mejores condiciones de vida para decenas de comunidades indígenas que aún viven en esa región del sureste de México.
He recogido testimonios de extranjeros que son quienes en los últimos años han adquirido valiosas propiedades en el majestuoso Centro Histórico de Mérida y que en la actualidad viven rodeados de “antros” que han sido instalados en viejas casas de bella arquitectura y que toda la semana funcionan las 24 horas como bares y cantinas a donde acuden centenares de jóvenes a “divertirse”. Ya se quieren deshacer de sus propiedades ante la “sordera” de las autoridades, tanto las municipales que encabeza el panista
Mauricio Vila, como las estatales, bajo el mando del saliente gobernador Rolando Zapata. Los propios lugareños se quejan de cómo la “influencia” comercial y económica va, poco a poco, desgastando el llamado tejido social de una sociedad que siempre
se ha caracterizado por ser muy conservadora, familiar y unida.
Hoy se ven en el estado fenómenos sociales que empiezan a advertir de un desajuste que comienza a hacer estragos en las generaciones más jóvenes.
Lo que en el pasado significó un blindaje social basado en una cultura muy arraigada en la veneración hacia los vestigios arqueológicos mayas, así como su cultura y tradiciones, hoy poco a poco las nuevas generaciones han ido perdiendo el rumbo y el excesivo desarrollo comercial y económico van sustituyendo la bonhomía que siempre ha caracterizado a la gente del sureste.
No hay que perder de vista que a todo ello contribuye la intensidad con la que se vive la actividad política en esa entidad.
El año próximo habrá renovación de la gubernatura y los dos principales partidos, que a lo largo de las últimas décadas han peleado los principales cargos políticos, Partido Acción Nacional y Partido Revolucionario Institucional, ya tienen, prácticamente, a sus candidatos.
El gobernador saliente, Rolando Zapata, logró “imponer” por encima del eficiente “operador político” priista Jorge Carlos Ramírez Marín, a su incondicional Mauricio Sahuí Rivero, quien era su secretario de Desarrollo Social. El PAN tiene en el actual alcalde la capital yucateca, Mauricio Vila, su “carta fuerte”.
La “guerra sucia” que se avecina en Yucatán contará con la manufactura política del publicista español Antonio Solá, conocido por la “campaña negra” contra Andrés Manuel López Obrador en la campaña presidencial del 2006, quien ahora es el nuevo consultor del gobernador yucateco.
La llegada de Solá a las tierras del Mayab se da tras la salida de Gabriela López Gómez, exasesora de Zapata Bello y quien “derrotara” a Solá en las elecciones de 2007 en Yucatán cuando formó parte del equipo de la exgobernadora “rebelde”, Ivonne Ortega Pacheco.
Hoy se habla del acercamiento que hay entre el actual alcalde de Mérida, Mauricio Vila, y la consultora originaria de Oaxaca, con el único objetivo de derrotar al Partido Revolucionario Institucional y a Solá en las próximas elecciones en el estado. Información Excelsior.com.mx