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Censura, ese otro virus

Por Yuriria Sierra

La historia se propagó tan rápido como el virus: Li Wenliang era médico, fue uno de los primeros en estar en contacto con la nueva cepa de coronavirus en diciembre pasado. Y tras atender a siete pacientes con los mismos síntomas, intentó alertar a las autoridades médicas de China. En consecuencia, recibió varias advertencias, todas amenazantes. Lo que más le convenía, le decían, era que dejara a un lado los rumores. Incluso funcionarios de la Oficina de Seguridad Pública lo visitaron en casa, lo obligaron a firmar una carta en la que aceptaba que lo difundido por él cuatro días antes a través de WeChat, único servicio de mensajería en este país, era información falsa.

Al avance del virus y las semanas, el doctor Wenliang hizo público este documento en Weibo, la red social tipo Twitter que sí se puede usar en aquel territorio. Ya se encontraba hospitalizado, enfermo, contagiado por el ya bautizado COVID-19. Ante la configuración de la que sería declarada pandemia, al gobierno chino no le quedó otra que disculparse. Sin embargo, el médico murió días después y el desarrollo de esta emergencia sanitaria la vemos todos en cualquier parte del mundo.

Éste fue el primer caso de censura ejercida por China en las primeras semanas tras la aparición del COVID-19. Hace un par de días, la organización Reporteros sin Fronteras reveló que el día que el país asiático dio aviso a la OMS sobre una epidemia de neumonías de origen desconocido, pidió a WeChat que filtrara los mensajes de sus usuarios, que suprimiera palabras y conversaciones relacionadas con la enfermedad. Este grupo de periodistas afirma que si se hubiera permitido la libre expresión, los medios chinos habrían informado a la ciudadanía sobre la gravedad del asunto. Imaginemos el cambio en la realidad que hoy, 27 de marzo, vive el planeta entero.

Aunque esos sistemas de espionaje que primero censuraron datos sobre la epidemia, luego fueron usados como herramientas para combatirla —los países asiáticos usaron esos filtros con los que primero borraban mensajes, para identificar casos sospechosos y aislarlos, una medida que, incluso, ya se evalúa en algunos países de Europa— pone de manifiesto el peligro de la censura, esa insana herramienta de control.

Justo ante panoramas desconocidos que, en el caso de un virus, avanza a mayor velocidad que las respuestas que nos harían entenderlo, es que las preguntas y la información se convierten en la mejor de las aliadas. La censura no debe tener nunca un lugar, porque sólo entorpece el entendimiento de las circunstancias y esto ha costado la vida miles de personas en cuestión de semanas.

Hace unos días, la Secretaría de Gobernación exhortó a los medios y a la población en general a que seamos responsables en la información que damos o que compartimos. Es urgente, vital que todo lo que se hable respecto a esta pandemia sea veraz y dé certeza. Y una las mejores maneras de identificar cuando ésta, la información, es de utilidad, es que al recibirla no genera ansiedad, sino que retrata con claridad el momento en el que estamos y cómo podemos actuar para mejorarlo. Y para la Segob, aparentemente la única fuente que puede proporcionar dicha información es el propio gobierno. Ninguna otra. Es primordial que en esto actuemos todos con sensatez, pero también con absoluto apego a la verdad y absoluto respeto al periodismo y a la libertad de expresión. La humanidad lo vale. Información Excelsior.com.mx

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