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El mundo siempre es bastante incierto y el encuentro del individuo con su entorno puede ser bastante hostil. Tomar un camión en la Ciudad de México, por ejemplo, puede ser bastante complicado si no se conocen algunas reglas básicas, como el hecho de que se detienen en cualquier parte; que la bajada es por atrás pero también puede ser por adelante, y que a veces hay que gritar “¡bajan!”, pese haber tocado el timbre con anticipación para solicitar la bajada.
El conocimiento de estas nociones cotidianas recibe el nombre de sentido común y, parafraseando a Fernando Escalante, es un sistema de obviedades que organiza y significa nuestras actividades diarias; en pocas palabras, es un conocimiento predominante, basado en nuestras costumbres, que ordena el mundo.
Para esta forma de saber importa poco el trasfondo de las cosas, lo relevante es que su conocimiento ayuda a tener una vida más llevadera. La ley de la inercia y quién la elaboró es prácticamente irrelevante para tomar un camión en la Ciudad de México, pero saber que puede detenerse en cualquier parte, y que por eso hay que sostenerse bien todo el tiempo, puede evitar un accidente —y de paso la vergüenza de una caída que pueda hacerse viral—.
La ciencia, por otra parte, busca conocer con certeza el porqué ocurren las cosas y a partir de ello ofrecer soluciones. Y esto también es bastante útil para nuestras sociedades. Por ejemplo, las personas asisten al médico porque asumen que éste cuenta con un conocimiento especializado que no cualquiera tiene, que gracias a la idea del método y de sus estudios es “válido” y “confiable”, y que puede ofrecer una solución lo más segura posible para algún tipo de malestar físico.
Erróneamente, algunos consideran que el sentido común y la ciencia se contraponen y están enfrentadas entre sí, cuando en realidad corresponden a campos diferentes de conocimiento. Una de las objeciones es que la ciencia es producto de una visión dominante del mundo y, por lo tanto, termina siendo impuesta; algo que, según, no ocurre con el sentido común. Esto es falso, pues el sentido común también es resultado de una interpretación concreta, hegemónica, de una visión del mundo que se instala a lo largo del tiempo. Es un producto histórico de los intereses y necesidades predominantes de nuestras sociedades.
Reconocerlo ayuda a darle su respectivo valor y lugar a las distintas formas de conocimiento: todas corresponden a campos diferentes, cuentan con su respectiva utilidad y parten de una perspectiva particular del mundo. La idea de ciencia es particularmente útil porque permite dar certeza a nuestras sociedades sobre lo que ocurre en el mundo; y el sentido común ayuda para ordenar la cambiante y hostil realidad. Sin embargo, nadie le encomendaría a un habitual usuario del transporte público de la ciudad la construcción de un camión; y nadie creería que es necesario tener bases científicas para entender perfectamente cómo abordarlo en hora pico. El sentido común es importante, pero no sustituye al conocimiento científico, ni viceversa.
Comprender lo anterior permite no caer en absurdos como que la realidad sólo puede conocerse de manera certera si puede medirse, o que sólo hay una forma de conocimiento, pero también permite no caer en el relativismo ignorante de que todo puede ser cierto, que todas las formas de conocimiento son equiparables y que algunas, por su origen “común”, son más valiosas que otras con supuesto origen “elitista”.
Afortunadamente, no creo que nadie con poder de decisión en la política cultural y educativa sea víctima de esta confusión. ¿Verdad?
Información Radio Fórmula