Por Pascal Beltrán del Rio
El jueves pasado, una persona que chocó accidentalmente su auto contra un árbol en Coyoacán, de repente se encontró rodeada de cinco patrullas, que pretendían llevársela detenida, como si fuese la peor de las criminales.
Horas después, paradójicamente, un grupo de encapuchados que se había entremezclado en la marcha para conmemorar el quinto aniversario de la desaparición de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, pintarrajearon monumentos y destruyeron propiedad pública y privada sin que las fuerzas del orden siquiera se asomaran a la calle.
En los diez meses que Claudia Sheinbaum lleva al frente del gobierno capitalino, la Ciudad de México ha conocido el peor daño a su patrimonio por motivos no naturales. Basta ver el estado en que están las estatuas y otros objetos e inmuebles históricos catalogados del corredor Reforma-Zócalo para comprobarlo.
El viernes, el presidente Andrés Manuel López Obrador arremetió contra los vándalos. Rechazó que se tratara de anarquistas y los llamó “conservadores”. Luego, justificó la inacción de la policía capitalina porque eso, dijo, era lo que querían los “provocadores”.
Uno se tiene que preguntar dónde queda la promesa de hacer cumplir la ley, que las autoridades protestan en su toma de posesión.
El morenismo se ha enredado en su propio discurso sobre las manifestaciones callejeras. Cuando estaba en la oposición, calificaba cualquier intento de contener el vandalismo por las vías legales como “represión”, y ahora se siente impedido de actuar ante la violencia de los manifestantes —que en menos de un mes han grafiteado muchos de los principales monumentos de la ciudad— por temor a que se califique a sus autoridades de represoras.
Al aparecer ante los medios, al mediodía del viernes, para justificar la ausencia policiaca de las calles por donde pasó la marcha de Ayotzinapa, la jefa de Gobierno se limitó a repetir lo dicho por el Presidente horas antes, como si no tuviese algún tipo de criterio propio. Incluso se hizo eco de la etiqueta usada por López Obrador: “Son conservadores”.
En ninguna parte del mundo —fuera de México—, el vandalismo es sinónimo de conservadurismo. Se trata sólo de un adjetivo ideológico, que conviene al discurso de la Cuarta Transformación. Pero, a todo esto, ¿realmente importa si los vándalos son anarquistas o conservadores? No. Lo que importa y debiera preocuparnos es la indefensión en la que la autoridad capitalina ha dejado a los gobernados.
El fin de semana, mujeres encapuchadas que participaban en una marcha feminista volvieron a sembrar la destrucción en la ciudad. Algunas de ellas, incluso llevaban pistolas de agua cargadas con gasolina, mismas que usaron para quemar la puerta de la sede de la Cámara de Comercio, una casona construida en 1913 por el arquitecto Manuel Cortina García, que ha sobrevivido a varios terremotos.
Y ya viene el 2 de octubre. Ya veremos de qué más son capaces los vándalos, que tienen carta blanca en la capital, cuyas autoridades están desaparecidas.
Buscapiés
Después de los malos recuerdos que dejaron representantes diplomáticos como William Shaler, Henry Lane Wilson, Dwight Morrow y, más recientemente, John Gavin, es todo un reto ser embajador de Estados Unidos en México. Sin embargo, Christopher Landau comenzó su período con el pie derecho. Se ha mostrado interesado en conocer la cultura del país y ha usado eficazmente las redes sociales para difundir este proceso de inmersión. Es un hombre culto y refinado, pero que no deja de ser sencillo y accesible. El sábado, durante su presentación en sociedad, Landau acompañó al mariachi cantando México lindo y querido. Su reto será explicar a Donald Trump a los mexicanos y contener las olas que el Presidente de Estados Unidos suele producir con sus opiniones. Pero para ello no necesitará traductor, pues su español es impecable. Información Excelsior.com.mx