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Comunicación

Por Pascal Beltrán del Rio

Hace 18 años, cuando el PRI perdió por primera vez la Presidencia de la República, se desató una cascada de acontecimientos “inéditos” y “sin precedentes”. No todos esos signos de la nueva época fueron recibidos bien.

Una de las prácticas más cuestionadas en el arranque del gobierno de Vicente Fox fue la descoordinación que había entre el propio mandatario, su encargada de comunicación social –que después se convertiría en su esposa– y los secretarios de Estado, el gabinetazo, producto de su estrategia de llamar a headhunters.

Eran tan frecuentes las discrepancias –y a veces, enfrentamientos– entre Fox y sus subalternos, que incluso Andrés Manuel López Obrador, siendo jefe de Gobierno del Distrito Federal, lo llamó “el gabinete montessori, donde cada quien hace lo que quiere”.

Es cierto que buena parte de las confusiones las solía generar el propio Fox, al grado de que se volvió popular en el último tramo de su gobierno la frase “lo que el Presidente quiso decir”, con la que un programa televisivo parodiaba las conferencias del vocero Rubén Aguilar.

Por muchas razones, los días que han seguido a la elección del 1 de julio pasado recuerdan a aquel año 2000, en la sucesión de estampas “inéditas” que estamos atestiguando. Una de ellas es esa extraña sensación de tener ya un Presidente y un gabinete que copan la agenda informativa cuando, en estricto sentido, aún faltan más de cuatro meses para que asuman formalmente sus cargos.

También parece repetirse, al menos en comparación con el foxismo, la falta de coordinación entre los planteamientos del aún virtual Presidente electo y los de sus colaboradores, que parecieran ansiosos por atraer hacia sí algo de los reflectores que en las recientes semanas se han dirigido al ganador de la elección.

Se podrían citar más ejemplos de fallas y atropellos en la comunicación social del futuro gobierno, pero basta analizar tres para darnos cuenta de este fenómeno.

El primero, y el más notorio, es el desmentido a la presunta participación del papa Francisco en el proceso de consultas para delinear la estrategia en materia de seguridad pública y combate al crimen organizado.

El sábado, Loretta Ortiz, coordinadora de los foros, había afirmado que el pontífice participaría por medio de una videoconferencia. En la conferencia que ese mismo día ofreció, López Obrador cuidadosamente evitó confirmar tal primicia, argumentando que todavía no había información sólida sobre el tema e incluso pidió esperar a que hubiera una respuesta a la invitación que desde antes se había formulado al Vaticano.

Ese matiz no evitó que algunos diarios dieran la nota como principal, por la relevancia del presunto participante, cuya intervención oficial fue negada oficialmente por el vocero de la Santa Sede el pasado lunes.

Ese mismo día, el Instituto Nacional Electoral desestimó el anuncio del futuro secretario de Comunicaciones, Javier Jiménez Espriú, de llevar a consulta popular en octubre próximo el tema de la construcción del nuevo aeropuerto, una idea inviable desde el punto de vista legal e incluso práctico.

Y ayer mismo, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional desmintió que esa agrupación haya aceptado dialogar con López Obrador, como afirmó el padre Alejandro Solalinde, contra quien profirió fuertes calificativos.

Resulta extraño, por decir lo menos, que la próxima fuerza política gobernante haya incurrido en yerros tan notorios, máxime cuando una de las modificaciones que emprenderá cuando arranque será precisamente la centralización de su sistema de comunicación social. Y, sobre todo, considerando que la comunicación en la campaña electoral por parte de este equipo fue casi perfecta.

Y no es que, en esta materia, se hayan salvado los gobiernos de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, de los cuales también pueden citarse ejemplos de descoordinación. Por lo mismo, y por su empeño en marcar una diferencia respecto de sus predecesores, haría bien el nuevo equipo gobernante en afinar estas fallas antes de que ocurran otros descarrilamientos.

La ciudadanía aspira a un gobierno ordenado, y un signo de éste es comunicar las acciones una vez que, como se diría en el lenguaje coloquial, estén bien amarradas o “planchadas”. Borraría el mal sabor que empieza a dejar un equipo que en estos días ha sido víctima de sus precipitaciones. Información Excelsior.com.mx

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