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Con esas decisiones electorales, ¿quién nos tomará en serio?

Por Ángel Verdugo

Una de las consecuencias menos justipreciada de la globalidad, es el papel que juegan en la gobernación las palabras del político, sea gobernante, funcionario o legislador. Sus afirmaciones, en una economía abierta, son tomadas como referente de su visión en materia económica y/o política y social.

La palabra del gobernante, o la del que aspira a serlo y la del que victorioso en una elección pronto lo sería, tiene un valor en determinadas coyunturas que las más de las veces es difícil si no es que imposible cuantificar. De ahí la necesidad de que aquél deba ser cauto en lo que dice, cómo lo dice y sobre todo, ante quién y cuándo lo dice. La mesura y la prudencia en el hablar, valen oro mientras que la diarrea verbal es una moneda de cobre, prácticamente sin valor alguno.

Lo anterior, aun cuando se diga fácil es a veces imposible respetarlo; la megalomanía de no pocos y su obsesión por ser aplaudido y reverenciado por miles de babeantes e ignorantes aplaudidores derrotan en toda la línea a la prudencia y la mesura, y a la dosificación de las apariciones públicas.

América Latina ha sido desde tiempo inmemorial, tierra fértil para esos liderazgos; surgen, ascienden al poder y se consolidan como gobernantes y, una vez que han destruido al país y su economía son echados de ahí, las más de las veces de manera violenta para ser remplazados por uno similar, pero reloaded.

(Los líderes de esas características han sido calificados como líderes tóxicos, líderes venenosos. De interesarle, le recomiendo la lectura de un libro donde se trata el tema de manera completa: The allure of toxic leaders: Why we follow destructive bosses and corrupt politicians, and how we can survive them de la autoría de Jean Lipman-Blumen).

Hoy, en tiempos donde los populistas de ambos signos abundan en no pocos países, la tentación para apoyarlos es grande dadas las soluciones fáciles que plantean a problemas complejos. Sus propuestas, incumplibles, van bien con un elector poco informado y sin los elementos obligados para analizar y desenmascarar las verdaderas intenciones de aquél que, debe decirse, ha hecho de su obsesión por el poder a toda costa, toda una religión.

¿Quién podría negar hoy que los hermanos Castro, los Kirchner, Evo Morales, Daniel Ortega, Hugo Chávez y Maduro, Rafael Correa, Echeverría y López Portillo y decenas más, califican con facilidad para ser llamados líderes tóxicos? Quizás la diferencia con lo visto en los últimos seis o siete decenios en nuestra región sea, que ayer llegaban mediante el Golpe de Estado o el Cuartelazo y hoy, civilizadamente, lo hacen con el voto y la urna electoral por delante. La democracia utilizada de manera perversa para acabar con la democracia.

Y a todo esto, ¿estaremos en México al margen y a salvo de la presencia y daño de los líderes tóxicos? La experiencia nos enseña que, lo aceptemos o no, aquéllos no perdonan a país alguno. Ayer fue Estados Unidos, ¿mañana México?

El surgimiento de líderes de esas características en uno u otro país es, ¿quién se atrevería a negarlo?, efecto de lo que ha venido gestándose en una sociedad; no hay, en este tema como en la vida misma, generación espontánea. Los electores y sus características —poco educados y menos informados— son el sustrato donde aquellos liderazgos florecen y se consolidan —inútil sería negarlo—, y triunfan en las elecciones para llegar al gobierno.

¿En verdad piensa usted que México está a salvo? ¿Y lo que viene? Información Excelsior.com.mx

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