Por Ángel Verdugo
Hoy, lo he comentado aquí ya, pocas son las cosas de las cuales podríamos no enterarnos, sucedan donde sucedan. Además, ese conocimiento de lo que pasa en otras latitudes se da, prácticamente, en tiempo real.
¿Recuerda usted cómo seguimos la campaña que enfrentó a la señora Clinton y al señor Donald Trump? ¿Recuerda los debates, primero entre los precandidatos de cada partido, y luego los que sostuvieron ellos dos, ya en su calidad de candidatos de su respectivo partido?
¿Y qué decir de la campaña presidencial en Francia, donde Emmanuel Macron, sin que lo esperaran muchos de los ciudadanos franceses, se convirtió en un torbellino que hizo polvo a los viejos santones de partidos históricos como el Partido Socialista?
¿Y qué le pareció la campaña en favor del Brexit? ¿No le pareció interesante ver cómo un grupo de fanáticos mentirosos lograron echar por la borda decenios de desarrollo e integración europea? ¿Y esa baratija vendida como la panacea por un grupo de irresponsables, que lanzaron al caño decenios de crecimiento e internacionalización de la economía catalana?
Esos procesos, entre muchos otros, pudimos seguirlos como consecuencia de los avances tecnológicos que la apertura de las economías y la globalidad han hecho posible. Además, los hemos seguido porque, lo aceptemos o no, lo que resulte en esos procesos electorales tendrá, más temprano que tarde, efectos en la economía de nuestro país.
Ese interés que le he descrito, ¿es posible hoy, verlo en otros países en relación con el proceso electoral que comenzó aquí hace un mes? La respuesta a esa pregunta, a querer y no, es un claro y rotundo sí. Sin embargo, al margen del mucho o poco interés que despierte en otros países nuestro proceso electoral, pienso que las razones por las cuales se le sigue, son diferentes a las que explican que en muchos países sigamos la elección presidencial en Estados Unidos.
¿Qué podría mover en otros países, a los estudiosos de la ciencia política y temas relacionados, a seguir nuestro proceso electoral? ¿Acaso porque nuestro quehacer político brilla y genera interés por su transparencia, y por el alto nivel de cultura cívica y democrática de ciudadanos y políticos, y por la calidad de nuestros partidos políticos?
¿O serán las muestras de civilidad y la confianza que se demuestran los actores políticos de todo signo ideológico? ¿O el respeto total y voluntario que demuestran a las leyes electorales y a lo que mandatan? ¿Será acaso la forma transparente mediante la cual se les entregan recursos públicos a los partidos, y las facilidades que la ley concede a organizaciones de ciudadanos para formar un nuevo partido, o el estímulo claro y efectivo a la participación de ciudadanos sin partido en la boleta electoral?
¿Cuál de todas esas razones —o una combinación de algunas de ellas–, explica la causa del interés por conocer nuestro sistema electoral y de partidos, así como su legislación de avanzada y claro sentido democrático?
Usted y yo sabemos, por encima del discurso oficial que pone a nuestro sistema electoral en las nubes —por sus cualidades dicen, que no tienen otros sistemas, incluso en las democracias consolidadas—, que el interés por seguir nuestro proceso se debe, más que a cualquier otra cosa, al comportamiento primitivo, cavernario de los actores principales y, por supuesto, por el posible conflicto y el alto riesgo de inestabilidad política que podría materializarse el año próximo.
De dar pena, ¿verdad?
Información Excelsior.com.mx