Por Ángel Verdugo
Una de las especialidades más apreciadas en no pocos países, es la que tiene que ver con la administración pública; espacio éste, al que llegan los mejores, no únicamente en lo que se refiere al conocimiento especializado de la cosa pública, sino también en cuanto a sus prendas personales: Honradez en lo personal y también, cualidad no menor sino determinante, en lo intelectual.
La carrera en el servicio público no es, en modo alguno en esos países, motivo de descrédito sino de orgullo; se realiza un trabajo que es juzgado por sus resultados, no por la relación con este o aquel político.
Contrario a eso que describo en los párrafos anteriores, tenemos países —por desgracia, muchos, decenas de ellos—, donde el trabajo en el sector público es celebrado porque, piensan casi todos los que conocen a quien ahí se desempeña, pronto dejará de ser pobre y se convertirá, con suerte, en un multimillonario sin mucho esfuerzo y en poco tiempo.
El descrédito acompaña a buena parte de los burócratas de cierto nivel hacia arriba; para la mala fortuna del resto, burócratas sencillos y dedicados cuya entrega en el servicio público jamás ha sido bien valorada, día con día deben sufrir las burlas de amigos e incluso de familiares que al ver su modesto vivir, lo tildan de pendejo, jamás de honrado en el desempeño de su trabajo.
En consecuencia, en países como México, el trabajo en el sector público es rechazado cuando no despreciado, debido a la pésima fama pública que se toma como axioma la cual, por desgracia e injustamente por supuesto, se hace extensiva a todos pues jamás se precisa quiénes son los corruptos en la burocracia.
En los cambios de gobierno en países donde el trabajo en el sector público se ve como el mejor trampolín a una vida de riqueza, dispendio e impunidad, atrae a miles que hacen esfuerzos sobrehumanos para obtenerlo. Éstos, rebasan en número a los capaces y honrados.
Con base en lo anterior, dada la compleja situación que el país enfrenta en lo interno y lo externo —junto con la debilidad estructural de las finanzas públicas y las promesas insostenibles e imposibles de cumplir del ganador este 1 de julio—, la pregunta que surge de inmediato no es otra que la siguiente: ¿Con quién va a gobernar?
Los nombres mencionados a la fecha por parte de López para ocupar un alto cargo en su gabinete, salvo unos cuantos, carecen de la mínima experiencia en el servicio público, y de la calificación que exige la compleja situación con la que deberán lidiar. Sin embargo, por encima de esta realidad en buena parte de ellos, López insiste en que ocuparán puestos elevados. ¿Por qué? ¿Qué explica esta conducta propia de un necio, no de quien lo menos que debe saber es que la situación lo obliga a rodearse de los mejores?
Otro elemento que debe señalarse —en lo que se refiere a la oferta de cuadros altamente calificados para el servicio público—, es la carencia de dichos cuadros. La escasez es más que evidente; salvo en Banco de México, la Secretaría de Hacienda y el Servicio Exterior, el resto de la administración pública en los tres órdenes de gobierno, ve llegar cada seis años las hordas de bandoleros que sin recato alguno se lanzan, como decimos coloquialmente, a la taquilla.
¿Con quiénes enfrentaremos la compleja situación a enfrentar? ¿Acaso López recurrirá a los profesionales de la exacción y el saqueo del erario que por decir lo menos, abundan hoy en Morena?
¿Eso veremos en los próximos seis años?
Información Excelsior.com.mx