Por: Yuriria Sierra
Este fin de semana, AMLO nos recordó que aunque parece que sigue siendo ése que perdió en 2006 y en 2012, ahora está tantito más dispuesto a recular cuando se equivoca. Si en aquellas ocasiones su soberbia le quitó un triunfo que parecía inminente, esta tercera ocasión en la que busca ser Presidente de México podría tener el mismo desenlace y, quizá, por ello está tratando de entrar al control de daños lo más rápido posible. Aunque su principal obstáculo sea el mismo de siempre: la soberbia. Y es que lo del fin de semana no es un hecho aislado. Me explico: todas las encuestas con miras a 2018 lo señalan como puntero. Y cómo no, si hasta los perredistas a los que una vez dio la espalda hoy se unen a su proyecto y hasta pierden coordinaciones parlamentarias. AMLO es el rival a vencer para todos quienes han hecho públicas sus aspiraciones presidenciales. Nadie lo duda. Tanto así, que todos buscan un enfrentamiento con el tabasqueño, lo mismo Ricardo Anaya que Enrique Ochoa. Por esa misma razón, el también suspirante y secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, respondió a las equivocaciones que AMLO ha tenido y que, bueno, siendo Andrés Manuel, él no ve como tales. Pero alguien en su equipo sí sabe cuán costosos pueden resultar estos yerros si no son atendidos, y al parecer, AMLO está dando su manita a torcer, aunque sea un poquito, para intentar el control de daños. Así estuvo:
El domingo fue a Querétaro a firmar el Acuerdo Político por la Prosperidad del Pueblo y Renacimiento de México, lo acompañó el general de Brigada Diplomado del Estado Mayor, Luis Vicente Domínguez Ramírez (en retiro), y como tenía que reparar la, sí muy infundada, afrenta a los militares, dijo que cuando sea Presidente no se utilizará al Ejército para reprimir del pueblo. Dijo además que les aumentará el salario a los médicos, maestros, soldados, marinos y policías (nos gustará escuchar, como siempre lo hemos pedido, qué ajustes piensa hacer al presupuesto para que esto sea posible). López Obrador sabe que está cerca como nunca antes de ganar la Presidencia, y sabe que para ello va a necesitar el visto bueno no sólo de su voto duro y sus votantes incondicionales. Y para conseguir el voto de quienes históricamente se lo han negado en las urnas (un votante más de centro y centro-derecha) sabe que no puede jugar desde la soberbia. Y si no lo sabe él, lo saben sus nuevos asesores.
Y es que éste no es el primer desliz de AMLO en el tema de las Fuerzas Armadas; anteriormente había tenido otro enfrentamiento con el Ejecutivo y sus instituciones. Fue en febrero, a raíz de aquel operativo en el que murió el H2, cuando El Peje declaró: “La mayoría de los masacrados anteayer (jueves) en Tepic por la Marina eran jóvenes, algunos menores de edad. La política neoliberal o neoporfirista ha cancelado el futuro de los jóvenes y los ha empujado a tomar el camino de las conductas antisociales; sólo se les ofrece fuego y violencia”. Resultó falso. Y AMLO también reculó, pero poquito. Dijo que si no niños, todos habían sido muy jóvenes. Tal vez sea mejor poquito que nada. Pero si de verdad quiere ser presidente de todos los mexicanos, López Obrador va a tener que seguir reaprendiendo mucho de política en tiempos de la democracia electoral: sobre todo, eso mismo que tampoco sus excolegas del PRI aprendieron en estos años. A dar acuse de recibo y admitir cuando se equivoca. No lo ha hecho el PRI en estos cuatro años, y si AMLO no empieza desde ahora, a dos años de distancia, a dejar la soberbia de lado para ejercer la autocrítica incluso en su propio beneficio, puede estar ya cayendo en el mismo error que le costó ya dos elecciones presidenciales: la soberbia, ésa que ha terminado por convertirlo a él (más que a la “mafia en el poder”) en el más terrible de sus propios enemigos. Está muy a tiempo de convencer que podía cambiar, para no convencer a sus más dudosos potenciales votantes de que la gente nunca cambia.
Información Excelsior.com.mx