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Corruptos, los otros

Por Pascal Beltrán del Rio

Somos un país verdaderamente esquizofrénico. Hay que admitirlo. Y eso vale tanto para la clase política como para la ciudadanía en general.

El tema de la corrupción es un ejemplo perfecto.

Si la mayor exigencia de la sociedad —por lo menos la que recogen diversas encuestas— es acabar con la corrupción, ¿qué hace la clase política? No sacar a tiempo el Sistema Nacional Anticorrupción.

La esquizofrenia —es decir, la percepción distorsionada de sí mismo— consiste en creer que dicha falta está justificada: ya sea por la actitud del otro partido o porque se piensa que las condiciones que se ponen para trabajar —es decir, negociar, acordar y legislar— también responden a la demanda ciudadana, no a sus intereses.

En este asunto, la sociedad tiene también rasgos esquizofrénicos. Cuando el ciudadano promedio se ve en el espejo no cree estar viendo el reflejo de un corrupto, sino un ejemplo para los demás.

La imagen que aparece en el espejo es alguien incapaz de robar, de mentir, de traicionar, de violar la ley, de plagiar un texto, de ordeñar un ducto, de asumir el crédito de algo que no le corresponde y, ni lo mande Dios, de cometer un acto de corrupción.

Pero ¿qué es lo que pasa? Tanto los políticos como la mayoría de los ciudadanos que no son políticos son exactamente lo que creen no ser.

¿O por qué cree que el peculado y otras formas de corrupción no dejan de ocurrir entre los funcionarios públicos a pesar de los grandes escándalos? Por un lado, porque no hay sanciones reales. Por otro, porque no hay temor a la sanción social, pues el dicho de “quien no transa no avanza” está tatuado en la idiosincrasia nacional.

En este momento, quizá, usted quiere romper la hoja del periódico o apagar la computadora. Pero sospecho que le gana la curiosidad y seguirá leyendo.

¿Cree que no existe una corrupción generalizada en México? ¿Cree que el único ladrón se apellida Duarte? Vea lo que acaba de descubrir la Secretaría de Educación Pública: 44 mil plazas de maestros que eran pagadas indebidamente.

Para ser justos, muchas eran de personas que cobraban por hacer un trabajo mientras hacían otro, lo cual está mal administrativamente, pero quizá no puede catalogarse como corrupción.

Sin embargo, hay al menos diez mil personas —me dice el especialista Carlos Ornelas— que han cobrado a sabiendas de que no deberían. Personas que están conscientes de que están cometiendo un fraude.

Me temo que sobre ellas no caerá ningún tipo de sanción ni se les obligará a devolver el dinero. ¿Usted cree que se sentirán mal de haberlo hecho? En todo caso se sentirán mal de ya no cobrar, pero arrepentidos de haber vivido de gratis, jamás.

Tampoco creo que vayan a ser castigados los funcionarios que permitieron ese robo. ¿Usted permitiría que la cuota de mantenimiento del lugar donde vive se la robara alguien? Seguramente no, pero al gobierno no le importa.

¿No le parece suficiente el ejemplo para decir que la corrupción es una institución que corre por la sangre del país, como escribió José Luis Cuevas en 1951? ¿No me cree que lo primero que dicen muchos ante evidencias como las anteriores es “corrupto yo no; corruptos, los otros”.

¿Qué tal si le cuento que, según la Motion Picture Association, somos el país más pirata del mundo, con mil millones de descargas ilegales en 2016?

Yo sé que hay gente a la que eso no le parece grave. Y eso porque los contenidos robados en internet no los imaginaron ellos, no los actuaron ellos, no los dirigieron ellos, no los produjeron ellos. Si fueran de ellos, sí que les importaría.

Este país es tan esquizofrénico en el tema de la deshonestidad que una opinadora de los medios tiene la cara dura de reclamar que otros plagian textos cuando se ha demostrado que ella también lo ha realizado. Peor aún: esta semana apareció en primera fila en la foto de la iniciativa anticorrupción #VamosPorMás.

Claro, “corruptos, los otros”. ¿Ahora lo ve?

Esta Bitácora volverá a publicarse el lunes 7 de agosto.

Información. Excelsior.com.mx

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