Por Pascal Beltrán del Río
Parecía una conferencia de rutina sobre la evolución del covid-19 en México. De por sí, los lunes suele haber pocas novedades en la rueda de prensa vespertina en Palacio Nacional porque los datos acumulados durante el fin de semana no suelen hacerse públicos, sino hasta el martes.
Sin embargo, cuando apareció la diapositiva con los números más relevantes de la epidemia –casos acumulados, decesos e índice de positividad, entre otros–, quienes seguimos esas conferencias por necesidad profesional notamos de inmediato una evidente anomalía.
A diferencia de los cuatro lunes anteriores, cuando la cifra de decesos se había incrementado en 173, 204, 228 y 223, respectivamente, la información oficial ahora daba cuenta de un brinco de dos mil 789 fallecimientos. Lo mismo sucedió con los contagios acumulados, que, entre el reporte del domingo y el del lunes, tuvieron un incremento de 28 mil 115, cuando los lunes anteriores habían subido en 3 mil 400, 2 mil 917, 3 mil 335 y 3 mil 386, en ese orden.
Por supuesto, uno sabe, a fuerza de repetición, que los datos reportados cada día no corresponden a contagios y muertes ocurridos en las 24 horas previas, sino que en muchos casos vienen de días e incluso semanas atrás. No obstante, era evidente que algo había sucedido y pasaban los minutos sin que se ofreciera la necesaria explicación.
En redes sociales había toda clase de especulaciones. Como ya sabemos, los vacíos de información se llenan con rumores. En uso de la palabra, el siempre comedido José Luis Alomía, director de Epidemiología de la Secretaría de Salud, hablaba de las curvas epidémicas en países que poco o nada tienen que ver con México, como Marruecos, Egipto y Afganistán. ¿De qué se trataba? ¿Había sido un error de captura o era el inicio de una segunda ola de covid-19, como la que tiene lugar en Europa?
No fue sino hasta que tomó la palabra el subsecretario Hugo López-Gatell que se aclaró que el incremento inusual en los números tenía que ver con un cambio de metodología en el seguimiento de contagios y fallecimientos, para contemplar casos en los que no se habían aplicado pruebas para confirmar la presencia del coronavirus.
Como suele hacerlo, López-Gatell se puso a pontificar sobre la manera de comunicar las cifras de la pandemia y a advertir a los medios que no se les ocurriera decir que hubo casi tres mil decesos en un solo día.
En particular, arremetió contra un periódico que, durante ese lapso en que reinó el desconcierto, puso en sus redes sociales que se había roto el récord de defunciones.
Una reclasificación, en la que se suman casos confirmados con sospechosos para obtener un dato más cercano a la realidad, no debe asustar a nadie. Muchos países lo han hecho, pero México no. Hubiera sido bueno comenzar la conferencia diciendo que se trataba de eso y no otra cosa, y evitar especulaciones.
Pero no, pareciera que López-Gatell disfruta de generar confusión para luego tener pretexto para regañar a todo aquel que tiene dudas o críticas respecto de la estrategia gubernamental o evitar que la discusión sea sobre el elefante en el cuarto.
¿Cuál es éste? Pues la cifra de más de 81 mil fallecimientos, que rebasa en 35% el escenario “muy catastrófico” del que habló el propio subsecretario de Salud en el ya lejano mes de mayo. Según aquellos pronósticos de López-Gatell, llegar a 60 mil muertos era virtualmente imposible. Imagínese 81 mil.
Por supuesto, López-Gatell evitó decir que la reclasificación había sido antecedida por varios análisis serios de demografía, que descubrieron un incremento en la cifra de fallecimientos del primer semestre de 2020 respecto de años anteriores. Fue solamente después de que de esto se hizo evidente, que las autoridades federales y locales se enfrentaron con la necesidad de admitir que el saldo mortal del coronavirus podía ser mayor al reconocido.
Pero, más allá de los números y de la necesidad que tiene la Secretaría de Salud de comunicarlos mejor –para que todos puedan entenderlos–, lo verdaderamente urgente es evitar tantas muertes. Ya se demostró lo perniciosa que fue la política de limitar el número de pruebas, pues ocasionó que mucha gente no recibiera la atención debida. Vergonzosamente, hemos tenido hospitales vacíos y funerarias llenas. Es tiempo de cambiar las prioridades. Información Excelsior.com.mx