Por Pascal Beltrán del Rio
La economía crece cuando las empresas que invierten crean puestos de trabajo, especialmente del tipo que permiten a quienes los ocupan elevar su nivel de vida y convertirse en consumidores, cosa que, a su vez, ayuda a generar más empleos.
Aunque les gusta mucho presumir de ello, los gobiernos no crean empleos. Lo que se espera de ellos –y no es poca cosa– es que fomenten el clima de negocios para que lleguen los inversionistas.
Eso se da cuando existen ventajas que no se encuentran en otro lado: mano de obra calificada, acceso al mercado, ubicación geográfica, infraestructura, insumos, regulaciones sencillas, seguridad jurídica, seguridad pública, etcétera.
La economía mexicana se ha transformado en años recientes. Ha pasado de la dependencia respecto de los recursos naturales al impulso creado por la manufactura y el consumo. Y eso ha tenido que ver con las inversiones nacional y extranjera.
Es verdad que la economía mexicana no ha crecido a un ritmo suficiente para abatir con rapidez el rezago de una parte del territorio y su población. También lo es que el desarrollo ha sido disparejo: mientras algunos estados del país han conocido una expansión económica acelerada, otros se han estancado.
Sucede que hay un México que ha seguido las recetas económicas exitosas en otras partes del mundo, como la atracción de inversiones, y otro que ha persistido en políticas fracasadas, como el paternalismo gubernamental.
El gobierno que tomará posesión el 1 de diciembre parece creer que las recetas que han funcionado para algunos estados del país son responsables del mal funcionamiento del resto.
Y mediante dichos y hechos ha dejado ver que se propone obstaculizar lo que funciona, con la esperanza de que eso sirva para que la parte rezagada del país alcance a la que va adelante.
Si sigue por donde va, quizá logre su objetivo, pero sólo por la vía de ralentizar el desarrollo en el centro, occidente y norte de la República.
Para el sur y sureste, la parte más rezagada de México, el próximo gobierno no está proponiendo crear las condiciones para que llegue la inversión privada, nacional y extranjera, sino tratar de impulsarlas mediante la inversión pública.
Hay partes del sur-sureste, como Yucatán y Quintana Roo, que se han zafado de esa visión desarrollista setentera y se han convertido en imanes de la inversión. Afortunadamente, en esa parte del país ya hay quienes han dejado de creer en los cuentos del papá gobierno benefactor.
Aunque aún no ha entrado en funciones el próximo gobierno, ya ha logrado poner en alerta a los inversionistas extranjeros que, de acuerdo con datos recientes, han decidido repatriar una mayor cantidad de ganancias en lugar de reinvertirlas en México.
Hace unos días, la Secretaría de Economía dio a conocer que durante el tercer trimestre de 2018 (correspondiente al periodo poselectoral de julio a septiembre) el flujo de inversión extranjera directa se redujo de cinco mil 716.8 millones de dólares en el mismo periodo de 2017 a cuatro mil 135 millones de dólares, una caída de 27.7 por ciento.
La desconfianza con el futuro de la economía también se nota en la creación de empleos registrados ante el IMSS. En octubre, ésta se redujo 16% respecto de octubre del año pasado. Se trata del tercer mes consecutivo de caída en la generación de fuentes de trabajo.
El presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, ha dicho que en su gobierno se doblará el crecimiento de la “era neoliberal”. Éste ha sido en promedio de 2% al año. Como digo arriba, es muy pobre, pero lo es porque una parte de México se desarrolla mientras que otra no.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos acaba de revisar su pronóstico de crecimiento para México en los próximos años. Y si bien vaticina que éste irá ligeramente en aumento en 2019 y 2020, no se acerca para nada al 4% anual que busca el próximo gobierno de la República.
Ese 4% mucho menos se logrará ahuyentando la inversión privada y apostando por la pública en proyectos como el Tren Maya y la refinería de Dos Bocas, que aún no cuentan con estudios de utilidad pública, viabilidad económica e impacto ambiental.
Pero el próximo gobierno tiene la oportunidad de revertir el nerviosismo y los malos augurios respecto de su gestión. Puede hacerlo con el discurso inaugural de López Obrador y el proyecto de presupuesto 2019.
Si en ellos envía las señales correctas, el daño provocado por algunas malas ideas propaladas después de la elección se pueden disipar. Información Excelsior.com.mx