Por Pascal Beltrán del Rio
En la inauguración, el miércoles pasado, de las mesas sectoriales para elaborar el Plan Nacional de Desarrollo, el tema central fue el crecimiento económico del país.
Alfonso Romo, jefe de la Oficina de la Presidencia, calificó como “vergüenza” la tasa media de expansión de la economía mexicana en años recientes y llamó a la iniciativa privada a no resignarse con la inercia de crecimiento.
“México no se puede conformar con solamente recibir entre 25 y 28 mil millones de dólares de Inversión Extranjera Directa”, dijo el también empresario. “Tenemos que ver en el Plan qué debemos hacer para atraer 35 o 40, lo que dé”.
Y agregó: “Necesitamos realmente ver dónde están las oportunidades de las industrias para fortalecer el mercado interno, que con eso vamos a abatir la pobreza e inequidad”.
A su vez, Ernesto Acevedo, subsecretario de Industria y Comercio, de la Secretaría de Economía, destacó que México sólo ha crecido 1% en el último cuarto de siglo si se toma en cuenta el avance del Producto Interno Bruto per cápita.
Y afirmó que sólo en seis estados del país la tasa del ingreso por habitante se incrementó por encima de 2%. Esas entidades, mencionó, son Aguascalientes, Ciudad de México, Chihuahua, Guanajuato, Querétaro y San Luis Potosí.
En ese foro, México volvió a revelarse como el país de problemas sobrediagnosticados que con frecuencia no sabe encontrar las soluciones. Y que cuando las tiene a la mano, se pone a buscar otras.
La discusión sobre el crecimiento se ha ideologizado en lugar de quedarse en la dimensión técnica que debiera tener.
Si no se quieren recorrer las vías para el desarrollo que otros países han abierto de forma muy exitosa –porque hacerlo sería una concesión a ideas extranjerizantes–, al menos debiéramos tener en mente todo el tiempo la forma en que algunos estados del país han logrado tener un crecimiento económico superior al promedio.
Seguramente por la conformación plural de la coalición que llevó a la Presidencia a Andrés Manuel López Obrador, los mensajes en torno del desarrollo del país están llenos de contradicciones. Todavía resuenan las palabras que en la campaña pronunció el escritor Paco Ignacio Taibo II, a quien, como a otros conspicuos miembros del gobierno, le horrorizan las recetas económicas liberales.
“¿Quién chingados se cree Alfonso Romo?”, dijo Taibo en una reunión con militantes de Morena, al comentar las palabras favorables que el empresario había tenido sobre la reforma energética. ¿Cuál de las dos posturas ganará? La que reconoce la necesidad de la inversión privada para crecer o la que quiere poner al Estado en el centro de la política de desarrollo.
Porque un mismo gobierno no puede decir simultáneamente que la refinería de Dos Bocas se ha detenido por prudencia fiscal –como afirmó el subsecretario de Hacienda, Arturo Herrera, en entrevista con el diario Financial Times– y anunciar que en unos días –el 18 de marzo, para ser precisos– se darán a conocer las bases de la licitación para comenzar a construirla. Eso no es sólo contradictorio, sino esquizofrénico.
Tampoco se puede afirmar que México necesita duplicar el nivel de la Inversión Extranjera Directa, pero, al mismo tiempo, cancelar el aeropuerto de Texcoco y pretender devolver a la CFE su condición de único generador y distribuidor de electricidad.
Pero no es que estemos solos en eso de tener este tipo de posturas encontradas. En Reino Unido, por ejemplo, los políticos están malabareando para empatar la decisión tomada por el electorado en el referéndum sobre la salida del país de la Unión Europea con la lógica económica y las pocas opciones que le dejan sobre la mesa los otros miembros del grupo.
Esos políticos saben que salir de la UE es una pésima idea, pero ¿ya que pueden hacer una vez que se ha empoderado a una parte de la ciudadanía para que encuentre a un gran responsable de sus desventuras?
En Gran Bretaña, ese monstruo es la Unión Europea. En México, es el PRIAN. Por eso, hay que borrar cualquier vestigio de él, aunque no todo lo que se hizo en los últimos 30 años deba ser desechado.
Y es que ¿cómo se justifica el discurso de campaña sin poner en práctica sus postulados económicos, entre ellos, tirar a la basura la inversión realizada en el nuevo aeropuerto y construir una refinería cuando, en el mundo, los motores de combustión interna están viviendo sus últimos años?
Si la meta es crecer 4%, la solución es clara. Aplicar lo que han hecho los seis estados mencionados por Acevedo; abandonar las obsesiones ideológicas que en ninguna parte del mundo han dado resultado, y tener la modestia de reconocer que algunas de las cosas que se hicieron en México en años recientes –no la corrupción ni la impunidad, desde luego– merecen perdurar. Información Excelsior.com.mx