Por Pascal Beltrán del Rio
Era un mantra del gobierno: ellos no serían “candil de la calle y oscuridad en la casa”. Sin embargo, algo pasó y de repente la mejor política interior se volvió la exterior.
Desde los tiempos de la campaña electoral, Andrés Manuel López Obrador dejó claro que el factor externo no era central en su proyecto.
Al inicio del sexenio hizo explícito que él se dedicaría a administrar el país y no a representarlo en reuniones internacionales. Por ello, cedió la estafeta al canciller Marcelo Ebrard, para que acudiera a encuentros mundiales como el del G20 en Osaka, Japón, mientras él recorría pueblos y rancherías por carretera como hizo en campaña.
Para acentuar aún más la preeminencia de la política hecha en México, se limitaron severamente los viajes internacionales con cargo al erario. Incluso, López Obrador presumió un día que él mismo palomeaba los que sí podían realizarse.
Con la política de manejo de recursos de su administración –dio a conocer el Presidente en su mañanera del 21 de mayo–, los viajes al extranjero debían ser avalados personalmente por él.
“¿Saben cuántas solicitudes me han enviado? Alrededor de 100 en 10 días. ¿Cuántas autoricé? Creo que 20. Yo entiendo, es importante viajar y tener comunicación, pero ¿y el internet? Aquí no vamos a ser candil de la calle y oscuridad en la casa. Son inercias, son procesos, tienen que ir cambiando las cosas”, manifestó.
El Presidente, incluso, se mostró dispuesto a sacrificar las relaciones internacionales en aras de su visión nacionalista cuando escribió una carta al rey de España exigiendo disculpas por los males causados por la Conquista.
Sin embargo, en unos cuantos meses, esa visión ha dado un giro espectacular. Las dificultades para avanzar en temas como el crecimiento económico y la seguridad pública han cedido un buen espacio en el debate público al súbito interés del gobierno por actuar, incluso en papel protagónico, sobre el escenario internacional.
De repente, hacer política en Cochabamba se volvió más atractivo que hacerla en Culiacán.
Un ejemplo de esta recién nacida pasión por lo internacional es el Grupo de Puebla, un conglomerado de partidos y gobiernos ideológicamente afines, que ha sido potenciado por el reciente triunfo electoral del peronismo en Argentina.
El ofrecimiento de asilo al expresidente de Bolivia, Evo Morales, se inscribe en esa aparente estrategia: mandar a segundo plano de la discusión pública los asuntos de política interna. El gobierno busca temas de mayor lucimiento que el que le ha dado el manejo de la economía y la seguridad pública y la complicada vecindad con Donald Trump.
Por eso la dedicación, incluso por medios diplomáticos, al conflicto familiar suscitado por la muerte de José José, cuyos restos mandó traer de Miami en un avión de la Fuerza Aérea.
Y por eso, también, la misión para sacar de Bolivia a Evo Morales, un periplo de más de 15 mil kilómetros, en otro avión militar, para traer a México a un “refugiado” en condiciones que en nada se parecen al viaje que hicieron los exiliados de la Guerra Civil española, por más que el canciller Ebrard haya querido enmarcar el rescate del político sudamericano en la “tradición” mexicana de asilo.
Mejor que se polemice sobre si lo sucedido en Bolivia fue o no fue un golpe de Estado que sobre los balazos y golpes en las asambleas de Morena.
Mejor que se discuta sobre si es normal que el Presidente vuele en Viva Aerobus y no en un Gulfstream G550 como el que fue por Morales que sobre masacres como las de La Mora.
Mejor que el pleito sea por cuánto nos costará el exilio dorado del caído dictador de Bolivia que sobre el hackeo a Petróleos Mexicanos, la supuesta palanca de desarrollo, artífice de un crecimiento inexistente.Información Excelsior.com.mx