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¡Cuidado con el triunfalismo y la impericia diplomática!

Por Ángel Verdugo

El proceso electoral de Estados Unidos tuvo, para nosotros, no pocas enseñanzas. Una es la que sin piedad alguna nos exhibió de cuerpo entero —particularmente a nuestros “analistas”, supuestos conocedores del sistema político de aquel país—, al demostrar que en cuanto al sistema político de Estados Unidos se refiere, pocas ideas correctas tenemos al respecto. Como dicen los rancheros: Son más las echadas que las ponedoras.

La segunda de aquéllas, no menos importante, es nuestra propensión a buscar temas lucidores como sucedáneos de nuestros graves problemas estructurales en materia económica; siempre será más cómodo para algunos dejar de lado temas espinosos como la peligrosa fragilidad de la gobernación actual y la exhibición permanente de incapacidad gubernamental para dedicarse, en cambio, con un celo digno de mejor causa, a lanzar una avalancha de adjetivos en contra del todavía Presidente de Estados Unidos.

Durante estas últimas semanas demostramos, indubitablemente, que es preferible —por cómodo y redituable—, callar ante el despropósito que significa que el gobierno actual piense y actúe como si viviéremos en los años sesenta del siglo pasado. En consecuencia, no son pocos los que en vez de criticar el absurdo que eso significa y los daños que causa, voltearon y se volcaron (en un acto de escapismo intelectual) al proceso electoral en Estados Unidos, como si éste fuere a ser eterno.

Con dicha conducta pretendieron eludir la responsabilidad de ejercer, aquí y ahora, la crítica responsable por la tragedia que significa una gobernación que pretende reproducir lo imposible: un pasado que sólo está en la mente de quien ignora las transformaciones registradas en el mundo, estos últimos sesenta años.

¿Por qué? La respuesta se encuentra en algo tan cínico como esto: siempre será más lucidor lanzar decenas de adjetivos ofensivos a quien todavía es presidente de Estados Unidos, que atreverse a criticar a nuestro soberbio, vengativo y poderoso gobernante. Ahora, al ser derrotado aquél y buscar con seudorrecursos legales negar lo evidente, nuestros escapistas abrazan un triunfalismo sin sustento que deja de lado lo obvio: Estados Unidos quedó profundamente dividido lo cual dificultará —al menos durante el primer año—, la gobernación que intentará poner en práctica el ganador, Joe Biden.

Una vez que las aguas empiecen a regresar a su cauce y el polvo levantado por la sucia campaña del derrotado a asentarse, el adversario a vencer, al menos en México, es esa ilusión que empieza a presentarse en las declaraciones de no pocos: triunfó la democracia, se derrotó en toda la línea al racismo y rechazo por parte de Trump y los suyos, a éstos o aquellos grupos, y tonterías por el estilo.

Sin embargo, la verdad es otra; la mentalidad de los que le dieron su voto al derrotado, poco más de 67 millones de electores, sigue ahí; es más, me atrevo a afirmar que hoy, con la derrota a cuestas, se han radicalizado. Ante esto, ¿es posible que alguien en su sano juicio piense, que las ideas y visión que los mueve vayan a desaparecer con la derrota de su abanderado? ¿Seremos tan ingenuos —para no usar otro adjetivo—, que alguien piense que esas ideas y forma de ver las cosas, haya surgido con Donald Trump y su irrupción en la escena política?

Candidaturas como la del derrotado y la gobernación que llevan a cabo cuando triunfan, tienden a servir de megáfono para difundir las peores causas de quienes por años estuvieron en las sombras, invisibles y mudos. Donald Trump las colocó en el centro de su agenda política y por lo que vemos a seis días de la derrota, los defensores y promotores de aquéllas no están dispuestos a regresar al anonimato. Ése es el gran adversario del ganador; esa oposición que piensa que es posible regresar la rueda de la historia. ¡Cuánta ingenuidad!

Ante el cambio allá, los tiempos y problemas para nuestro gobierno y quien lo encabeza, reacio a ver al futuro y seguir en el pasado y en ciertos temas en el antepasado, no serán fáciles; no es sólo el pésimo manejo de la relación estos dos años con el gobierno de Estados Unidos y su presidente, sino la actitud y dichos ante el triunfador los cuales, rayan en la estupidez y la descortesía diplomática.

Ante el panorama que se ve, el triunfalismo y la impericia diplomática y necedad de nuestro gobernante, hacen que aquél luzca grave Información Excelsior.com.mx

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