Por Pascal Beltrán del Rio
Para algunos, el abrumador triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador y Morena es una oportunidad para dejar atrás los privilegios que han caracterizado a la clase política y establecer una nueva relación entre gobernantes y gobernados.
Para otros, es una ocasión para reeditar el culto a la personalidad que caracterizaba al sistema político creado por los ganadores de la Revolución Mexicana.
Al hojear los periódicos, la mañana de ayer, me encontré un desplegado a página completa, publicado en al menos tres diarios editados en la Ciudad de México, en el que el gobernador de Nayarit, el frentista Antonio Echevarría, saluda la victoria de López Obrador en las urnas y hace votos porque “venga un nuevo tiempo para México, uno que dé aliento a los sueños de todas y de todos”.
Cerré los ojos y pude imaginar que el firmante del desplegado era Rogelio Flores Curiel –gobernador de Nayarit entre 1976 y 1981– y el destinatario del texto era el presidente José López Portillo.
Publicar desplegados en los periódicos –¿los pagó usted, gobernador Echevarría, o los cargó al erario?– es un ejercicio de relaciones públicas rancio, que remite a un tiempo en que los gobernadores eran simples subalternos y frecuentemente cuates del Presidente en turno.
En esa época de esplendor del autoritarismo, esa era una de tantas muestras de sujeción al titular del Poder Ejecutivo, cuyo retrato solía estamparse en enormes mantas que adornaban los edificios que rodean al Zócalo, cuando el mandatario encabezaba una celebración o era recibido por “el pueblo” a su regreso de alguna gira internacional.
Lo increíble es que esto lo haga un gobernador surgido de la oposición –ya sé, es un decir–, que supuestamente tendría que guardar cierto decoro al dirigirse al virtual Presidente electo, que acaba de derrotar en las urnas al candidato de su partido.
Si ese va a ser el papel de los opositores una vez que arranque el próximo sexenio, podemos decir desde ya que uno de los principales factores de equilibrio de poder se habrá esfumado.
Felizmente, al comentar el tema ayer en la radio con Tatiana Clouthier, la excoordinadora de la campaña electoral de López Obrador, desechó el desplegado de Echevarría como algo no sólo anacrónico, sino innecesario.
Si lo que el gobernador nayarita quería transmitir era su disposición para trabajar con el próximo gobierno de la República, bastaba una llamada telefónica, me dijo Clouthier, actual responsable de asuntos políticos –junto con Olga Sánchez Cordero– del equipo de transición de López Obrador.
Ayer le decía que el arrollador triunfo de la coalición Juntos Haremos Historia me hizo recordar los tiempos en que el PRI era un partidazo que dominaba la política nacional de Tijuana a Chetumal.
Eso, y el estilo centralizado del mando ejercido por López Obrador, ha despertado temores de que pudiéramos estar en los umbrales de una dictadura, cosa que explícitamente rechazó el virtual Presidente electo en su discurso de la victoria pronunciado la madrugada del lunes en el Zócalo.
La coalición ganadora tendrá suficientes diputados, senadores y alcaldes como para necesitar que los gobernadores de la futura oposición –que serán mayoría– se plieguen por anticipado.
Que no se entiendan las líneas anteriores como una sugerencia de que los gobernadores se enfrenten al gobierno que tomará posesión el 1 de diciembre. Nada de eso. Es deseable que haya coordinación entre el Presidente y los mandatarios estatales. Sin embargo, el reverso de la medalla también es pernicioso: la sumisión, que huele a tiempos idos.
BUSCAPIÉS
En la misma entrevista, y a pregunta expresa, Tatiana Clouthier abrazó la posibilidad de que el Presidente de la República vuelva a pronunciar su informe anual ante el Congreso de la Unión, desde la tribuna de San Lázaro. Estuvo de acuerdo en que esto se reanude con Enrique Peña Nieto, el próximo 1 de septiembre, y siga con López Obrador.
Fue el rechazo al culto a la personalidad lo que tumbó la tradición republicana de que el Ejecutivo inaugure el periodo de sesiones del Congreso –donde reside la soberanía de la nación– con la lectura de su informe de gobierno. El informal “día del Presidente” fue abolido, pero, junto con él, el acto de rendición de cuentas que implica su presencia en el Congreso.
En mi opinión, sería un buen acto republicano que Peña Nieto pudiese rendir su último informe en San Lázaro, teniendo como invitado al Presidente electo, que para entonces lo será ya formalmente. Y que dicha ceremonia no vuelva a ser el día del Presidente, pero tampoco el día contra el Presidente.
Información Excelsior.com.mx