Por Leo Zuckermann
Uno de los puntos centrales de la agenda del Presidente es la desigualdad y pobreza. Lo viene repitiendo desde su primera campaña presidencial en 2006: “por el bien de todos, primero los pobres”. Me parece muy bien. Es un objetivo loable y urgente en un país con tantos millones de personas viviendo en la pobreza. Me temo, sin embargo, que, con todo y los múltiples programas sociales de transferencias de dinero en efectivo a poblaciones vulnerables, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador está trasladando muchos más recursos de los contribuyentes a los ricos. Explico por qué.
El asunto tiene que ver con las finanzas públicas y la deuda en particular. Para ilustrarlo, menciono el caso estadunidense. El gobierno de Trump está gastando como loco. El déficit público está alcanzando el 4%, como proporción, del Producto Interno Bruto (PIB). Este año, dicho déficit alcanzará un billón de dólares (un millón de millones). No obstante, ni los mercados ni los expertos están muy preocupados. ¿Por qué?
Para medir la salud de las finanzas públicas es muy importante la relación entre las tasas de interés y el crecimiento económico. Si los intereses anuales que paga el gobierno son menores al crecimiento anual del PIB, la deuda pública se considera como “manejable”. Es lo que está ocurriendo en Estados Unidos. El bono del tesoro estadunidense a diez años paga un rendimiento anual de 2.4 por ciento. El PIB, sin embargo, está creciendo a 3.2% anual.
El aumento del déficit público en Estados Unidos no está generando un incremento en las tasas de interés. Los inversionistas están dispuestos a financiarlo a una tasa baja porque les gusta el crecimiento de ese país. La mayor deuda pública tampoco está generando un “efecto desplazamiento” (crowding out), donde los empresarios no pueden colocar la deuda que requieren porque el sector público los saca del mercado al estar demandando muchos recursos. Por el contrario, hoy las empresas estadunidenses están nadando en efectivo. Muchas ya no saben ni cómo invertirlo.
Paso, ahora, al caso mexicano. Al contrario de Estados Unidos, aquí las tasas de interés son mucho más altas que el crecimiento económico. El bono del tesoro mexicano a diez años tiene un rendimiento de 8.05 por ciento. El último incremento anual del PIB reportado es de 1.3 por ciento. La economía mexicana, no sólo se está desacelerando, sino que prácticamente se estancó durante el primer trimestre de 2019.
La deuda pública está pagando enormes rendimientos. El gobierno de López Obrador presupuestó este año 749 mil millones de pesos para financiar sus adeudos (esta cifra no incluye los pasivos laborales). Esta partida representa el 13% del gasto total del gobierno federal en 2019 y supera a la de la inversión pública.
Hay que reconocer que la presente administración se ha portado bien en términos de sus finanzas. Hasta abril, había generado un superávit antes de pagar la deuda. Sin embargo, el pago de intereses se incrementó, con respecto a abril de 2018, en 101 por ciento. Tan sólo en abril de 2019, se erogaron 67 mil millones de pesos.
Las tasas mexicanas son muy apetitosas. Mes tras mes, el gobierno de AMLO está transfiriendo miles de millones de pesos para enriquecer a la gente que tiene dinero y que anda buscando oportunidades para maximizar sus rendimientos sobre el capital. Esto incluye no sólo a los ricos mexicanos, sino también a los de otros países. Los extranjeros son tenedores de 2.2 billones de pesos de valores gubernamentales.
Alguien podría argumentar que AMLO no es el culpable de las altas tasas de interés. Sí y no. Por un lado, es cierto que una institución autónoma, el banco central, define las tasas. Pero, por el otro, el Banco de México inevitablemente tiene que tomar en cuenta los errores gubernamentales para evitar que la inflación se dispare. Equivocaciones como las de cancelar el nuevo aeropuerto en Texcoco, por ejemplo.
Vamos a darle, sin embargo, el beneficio de la duda a López Obrador en el tema de las altas tasas de interés. Vamos a decir que él no tiene la culpa. De lo que sí tiene culpa es del bajo crecimiento económico. Lejos de tomar decisiones para fomentar la inversión privada, este gobierno sigue asustando a los que quieren arriesgar su dinero en negocios reales (fábricas, construcciones, tiendas, etcétera). Con razón, muchos prefieren invertir en bonos gubernamentales mexicanos. Y mientras el crecimiento económico porcentual sea menor a las tasas de interés, continuará la enorme transferencia de dinero público a los ricos que están metiendo su dinero en México, no para crear nuevos negocios, sino para aprovechar las altas tasas de interés.
Twitter: @leozuckermann
Información Excelsior.com.mx