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¿De dónde saldrá el faltante?

Por Ángel Verdugo

La declaración del presidente de la Comisión de Presupuesto de la Cámara de Diputados –hace días– es, por decir lo menos, de un dramatismo que nos debería llevar a pensar en el despropósito que es el reparto propuesto de los recursos en el Presupuesto 2020.

¡Nos faltan 80 mil millones de pesos! fue la prueba clara de que algo andaba mal en esto de las prioridades presupuestales. Además, ojalá el faltante sólo fuere ése; con las ilusiones del 2.0% de crecimiento del PIB para el año próximo y una extracción diaria de petróleo de 1.951 millones de barriles, sería un milagro que sólo faltare –para cuadrar las cifras–, aquella cantidad.

¿Qué explica esto, que sin temor a equivocarme podría calificar de locura? ¿Qué otra forma habría de calificar lo que a todas luces es un despropósito monumental? ¿Quién en su sano juicio se aferraría a dilapidar recursos inexistentes, sin plantear elevar la deuda en el mismo monto del faltante?

Es más, ¿quién, ante el agravamiento esperado del slowdown (Herrera dixit) de nuestra economía, insiste en destinar los escasos recursos en áreas del Gasto que caerían dentro del despilfarro? ¿Quién, ante las proyecciones de crecimiento de la economía para este año y el próximo, se resiste a actuar con la prudencia y sensatez obligada?

¿Cuál será la decisión a tomar cuando, en unos cuantos meses sea evidente la falta de recursos para tanto programa del bienestar? ¿A qué áreas les recortarán los montos propuestos en el PEF? ¿Acaso se repetirá en el 2020 lo hecho este año, y las tijeras se ensañarán contra la inversión en infraestructura, salud y educación entre otras áreas verdaderamente prioritarias?

En caso de que esto último fuere la decisión que tome –en su momento– el que decide en esta materia, el verdadero secretario de Hacienda, ¿qué hará la Cámara de Diputados ante tijeretazos ilógicos y dañinos de lo que ella decidió? ¿Y los gobernadores y presidentes municipales, inclinarán la cerviz sin algo que decir o reclamar?

¿Qué voces se alzarán en contra de tales decisiones que rayarían en la insania? ¿Acaso lo único que escucharíamos de todos ellos sería, no otra cosa que su silencio cobarde, y la aceptación vergonzosa de lo que a todas luces sería un absurdo presupuestal?

Hoy, dado que la Iniciativa de Ley de Ingresos enviada por el Ejecutivo ya estaría en el Senado de la República una vez aprobada por los diputados, ¿cuál sería la actitud de los senadores quienes, como sabemos, representan a las entidades federativas? ¿Se atreverán a reducir las variables mencionadas (PIB y Volumen de Extracción Diaria de Petróleo), para llevarlas a niveles factibles alcanzar?
De hacerlo, ¿qué programas se verían afectados en los ajustes obligados a realizar por los diputados? Por el contrario, ¿elevarían el precio del barril de la mezcla mexicana de exportación o una reducción mayor del superávit proyectado?

Lo que planteo es el menor de los problemas porque, finalmente la disyuntiva será resuelta de una forma u otra, pero lo que no, es el crecimiento ilusorio del PIB y el volumen a extraer. Llegamos entonces al problema central de nuestra economía: limitaciones estructurales las cuales, en modo alguno pueden ser enfrentadas y resueltas con los mal llamados programas del bienestar porque, al aparecer la realidad que haría imposible su fondeo, el nuevo nombre sería: Programas del Malestar.

La experiencia acumulada en decenas de países –cuando se pretende resolver problemas estructurales con dádivas sin sustento– muestra que, más temprano que tarde las cosas se salen de control, y el resultado es la inestabilidad política junto con la ruina económica del país.

América Latina tiene países que siguieron esa ruta y hoy, por la ignorancia económica del gobernante, su ruina es la mejor enseñanza en cuanto a lo responsables que deben ser aquél y sus funcionarios al administrar (con eficiencia y sensatez) los recursos puestos a su disposición. Argentina y los Kirchner, Cuba y los Castro, Nicaragua y Ortega –y Murillo–, Ecuador y Correa, y la Venezuela de Chávez y Maduro deberían ser los modelos a evitar.

Entendamos que en esto del manejo responsable del recurso público, no hay tercera vía, o se manejan con eficiencia, sensatez y prudencia, o la debacle sería el resultado. Y después de Culiacán, ¿qué habrá para la seguridad? ¿Puro tubérculo?

Es cierto, estos tampoco entienden que no entienden. Información Excelsior.com.mx

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