Por Ángel Verdugo
El asueto de la Semana Mayor ha terminado; si bien los niños y jóvenes de secundaria disfrutarán la Semana de Pascua sin clases, en términos generales podríamos afirmar que nos hemos incorporado a la cruda y ofensiva realidad o si prefiriere, a la pesadilla cotidiana.
A este regreso a la normalidad —imposible ignorar el tema—, deberemos añadir esa otra pesadilla en la que hemos convertido las campañas. Spots, mítines y reuniones para analizar temas específicos serán, a querer y no, el pan nuestro de cada día de aquí al 27 de junio del año en curso.
Sin embargo, a lo anterior debemos agregar lo importante: Sobreviviremos a todo eso, y a las mentiras burdas y las promesas imposibles de cumplir de decenas de miles de candidatos a puestos de elección popular, tanto en el orden federal como en el estatal y municipal.
Las denuncias posteriores a la elección serán también parte del paisaje; junto con no pocas marchas, plantones y bloqueos de esa tragedia tan mexicana: los pésimos perdedores. No habrá —ni por accidente—, un solo candidato derrotado pues al que no le robaron la elección, le arrebataron la victoria con la compra de votos entre otras muchas excusas que aducen, unos y otros, para evitar algo tan simple y normal en las democracias: aceptar que otro obtuvo la victoria.
El espectáculo bochornoso que arriba describo, ¿es la norma en toda democracia? ¿Las mentiras burdas y lo ofensivo de tanta promesa incumplible es también la norma en toda democracia? El remedo de debates que realizamos en México —por el pánico de los candidatos a ser exhibidos en su ignorancia—, debería avergonzarnos; mucha democracia de dientes para afuera, pero en los hechos, lo que le dan al ciudadano los partidos y sus candidatos es un concierto de monólogos.
Nos es desconocida la confrontación de ideas y posiciones, la cual, si bien debe ser clara y a veces ruda, es el instrumento que tiene la democracia para ofrecerle al elector, los elementos que le ayudarían a mejor y más fácilmente decidir por quién votar.
Por otra parte, es ya un viejo lugar común afirmar que nuestra democracia es imperfecta; nadie lo pone en duda, pero tampoco abunda en las causas de esa imperfección. ¿Hemos pensado alguna vez, que la causa de ello radica en la escasísima cultura democrática de candidatos y dirigentes partidarios?
¿Podría ser de otra manera cuando, hemos convertido a los partidos políticos —organismos de interés público—, en negocios muy redituables para unos cuantos en cada uno de ellos?
Si bien las comparaciones entre países en materia de cultura democrática son difíciles —cuando no imposibles— de llevar a cabo, eso no impide que nos formemos juicios de éste o aquel país —o de éste o aquel gobierno— frente a los niveles de cultura democrática que han alcanzado en las viejas democracias consolidadas.
El lastre autoritario que en muy buena parte de América Latina campea sin oponente alguno brota a la menor provocación o estímulo; se nos da bien eso del autoritarismo, sea que nosotros lo disfrutemos o seamos los que lo padezcamos. Tememos decidir por nosotros mismos y, ese ambiente es terreno fértil para que el autoritarismo y control político del elector se dé, casi inadvertidamente.
¿Qué sucederá con esa visión autoritaria tan arraigada en México y por desgracia, aceptada sin chistar por decenas de millones de nuestros electores? ¿Le haremos siquiera cosquillas en estas campañas?
Por favor, no sea iluso; deje de soñar. Información Excelsior.com.mx