Por Pascal Beltrán del Rio
El encuentro de anoche de los candidatos presidenciales en Mérida, el último de este proceso electoral, me dejó más dudas que certezas.
Diría, de entrada, que ha sido el más anticlimático de los tres. Creo que de él no quedará casi nada para el recuerdo.
Los pocos episodios de contraste entre los participantes ocurrieron cuando éstos pudieron zafarse del corsé en que los metieron los organizadores y los moderadores.
Por cierto que, a futuro, habrá que pensar en un modelo de debate que no confunda hacer preguntas que ayuden a orientar la discusión con realizar entrevistas a los candidatos.
Vi a José Antonio Meade más ordenado en sus planteamientos. No basta con saber, sino tener la capacidad de síntesis para conectar con la audiencia. En los debates anteriores, Meade fue un cúmulo de datos sin propósito claro. Ayer parecía saber a dónde iba y a quiénes deseaba convencer.
El dato de los 48 millones de mexicanos que no tienen la preparatoria terminada fue contundente. Sin avanzar en la educación, no se puede aspirar a dotar a la mayoría de los mexicanos de empleos mejor remunerados, argumentó Meade. En ese marco, no sonó forzado que conminara a los espectadores a “no dejar a Andrés Manuel López Obrador cerca de la educación de tus hijos”.
El candidato de la coalición Juntos Haremos Historia no se salió de su guión. Su denuncia contra la corrupción ha sido el principal activo de su campaña y no dudó en usarlo repetidamente durante el debate. Lo expuso gráficamente, como se aconseja hacer en este tipo de ejercicios: “Un cáncer que nos está destruyendo”, “fondos que se van por el caño”.
Sin rasguños concluyó López Obrador su participación en el tercer debate. Si acaso tenga que lamentar algo, es el haber sido obligado a definirse sin ambages ante el tema de la Reforma Educativa. Dejando atrás toda ambigüedad, dijo que enviaría una iniciativa para cancelarla –como exigen los profesores de la CNTE actualmente en paro–, cosa que quizá deploren los sectores moderados que lo apoyan.
Ricardo Anaya recuperó el manejo de los tiempos y los ritmos que mostró en el primer debate. Atinó en colar los temas que a él le interesaban cuando el guión pretendía llevarlo por otro lado. Construyó frases cortas para el mejor entendimiento de sus premisas, ya fueran a la defensiva o al ataque.
Y El Bronco fue El Bronco. Un participante del que se acordaba la audiencia cuando hacía un chascarrillo. Quizá el único momento en el que Jaime Rodríguez Calderón se ganó la atención fue cuando llamó “tercia maldita” a sus contrincantes y los acusó de ser beneficiarios del asistencialismo. “Por eso no quieren acabar con él”.
Pero, como digo, el debate tuvo un saldo de muchas dudas. La más importante, ¿quién se beneficiará de las amenazas de llevar a prisión al adversario?
En el discurso de los tres candidatos de coalición apareció la idea de la cárcel.
El más explícito fue Anaya, quien amenazó a Meade con que él y el presidente Enrique Peña Nieto –“tu jefe”– enfrentarán la justicia en caso de que el panista llegue a Los Pinos. Meade respondió que, de todos los presentes, el único indiciado era Anaya, con lo que dejó sembrada la idea de que el queretano podría pronto ser acusado formalmente por la PGR. Y López Obrador actuó de perdonavidas del propio Anaya al decir que ni a él lo mandaría a prisión.
Hubo datos nuevos, pero éstos no lograron anclarse en la discusión, principalmente porque AMLO optó por sacarles la vuelta.
Uno de ellos fue el señalamiento de que el ingeniero José María Riobóo –el “constructor favorito” del tabasqueño— estaba detrás de la oposición de López Obrador al nuevo aeropuerto por no haberse visto beneficiado por contratos para esa obra.
“Te has convertido en lo mismo que denuncias”, dijo Anaya a López Obrador. “Tienes tu grupo de constructores privilegiados, como Riobóo, al que le otorgaste contratos por adjudicación directa por 170 millones de pesos”.
La acusación derivó en el diálogo más álgido del debate, pues Anaya retó a López Obrador a renunciar a su candidatura si le probaba la veracidad de lo que había dicho. El tabasqueño dijo que no era cierta la acusación y de ahí no se movió.
Y en respuesta a un señalamiento de Anaya respecto de su responsabilidad en la contratación de servicios de Odebrecht, Meade también trató de mostrar a López Obrador como hipócrita en el combate a la corrupción al decir que el socio de la constructora brasileña en México era ni más ni menos que Javier Jiménez Espriú, el próximo titular de SCT en caso de que AMLO gane la Presidencia.
Así terminó el debate. Veremos cuántos de los planteamientos hechos ahí logran destacar en la discusión pública antes de que México y el mundo se vayan de asueto por el Mundial de futbol. Información Excelsior.com.mx