Por Yuriria Sierra
Fue un primer aviso. Poderosísima primera llamada: un migrante en lo alto de la valla que separa Tijuana de San Diego. Fue un vistazo del centroamericano al camino que le resta para el sueño que busca. El último obstáculo. El último cruce. Del otro lado lo esperaban, además de agentes de la Patrulla Fronteriza, soldados. Uno de ellos le apunta, directo, sin miedo ni titubeos. No sucedió nada. El migrante bajo del lado de Playas y ahí seguirá, a la espera del momento en que, acaso, puede acercarse un poquito más a ese sueño que a centímetros de distancia le quieren hacer imposible.
Sin embargo, la imagen se regó como el fuego sobre pólvora. Donald Trump está dispuesto a todo para impedir la entrada de más migrantes a Estados Unidos. Su blanco más fácil para propagar ese discurso de odio que lo caracteriza. Aquella imagen lo prueba. En los últimos días, de menos a más han aparecido las amenazas del gobierno de Estados Unidos. De aquellos tuits incendiarios pasamos a los alambres de púas colocados en las vallas de la frontera. De las declaraciones provocadoras llegamos a las tropas militares que, poco a poco, llegan a las principales zonas de cruce. La frustración de Trump por no saber cómo evitar la llegada de los centroamericanos lo ha hecho rebasar todo sentido humano: aquel soldado de la imagen descrita arriba ya tiene la orden de disparar, de usar lo que llaman, pero no detallan, como “fuerza letal” si se sienten amenazados. Es la guerra. Es la guerra con el equivocado disfraz de nacionalismo. Soldados dispuestos y autorizados a matar.
La estrategia del Presidente estadunidense no ha quedado ahí. El nivel sube y ataca por varios frentes: cerrar el gobierno si los demócratas no autorizan recursos para el muro (ese infame muro que, sabemos, irónicamente se ha topado con la pared presupuestal y, también, legislativa hasta con republicanos); pero también ha advertido que el cierre podría llegar a la frontera con nuestro país “por un periodo de tiempo”. Nadie entraría a Estados Unidos desde México. La idea es tan inverosímil como su justificación: esto sería sólo si su gobierno siente que está “perdiendo el control”. No hay precisión ni pista de cuáles serían los niveles de emergencia que lleve a este punto. Un país en caos por culpa de algunos miles de migrantes, difícilmente lo imagina un mundo que a lo largo de su historia ha hecho de la migración uno de los pilares en la construcción de sus varias y tan diversas sociedades.
Y si la amenaza de la fuerza o del caos burocrático y fronterizo no funcionan, ahí está la vía legal, aunque ésta no juegue del todo a su favor: “Deben permitir a nuestros profesionales encargados de hacer cumplir la ley hacer su trabajo. Si no, sólo habrá confusión, caos, heridas y muerte…”, tuiteó ayer por la mañana, un par de días después de que un juez bloqueara su decreto para impedir que migrantes soliciten asilo tras llegar al país. Y como conoce el alcance de sus tuits, que no pasan de los RT y los encabezados sin tener impacto alguno en el sistema judicial, se fue por otra orden.
El programa Quédese en México: si un juez le prohíbe negar solicitudes de asilo, entonces modifica las condiciones. Así, los centroamericanos que lleguen a la frontera desde México y que hagan su petición, deben esperar la resolución desde el nuestro. Y si suena ambigua la idea de un país que “pierde el control”, más aún resulta el “miedo razonable”, que es la condición que deberán cumplir los solicitantes. “Miedo razonable”: ¿a morir de hambre en su país? ¿a no proveer de lo necesario a su familia? ¿a morir por la fuerza letal de los soldados estadunidenses?
México tiene el deber moral de recibir a los migrantes. Estamos a días del cambio de gobierno y eso a Trump no le puede venir mejor: los que se van llenan cajas de mudanza y están en cuenta regresiva; los que llegan están aún imposibilitados para una reacción que vaya más allá de una declaración. Información Excelsior.com.mx