Por Ángel Verdugo
Para nadie medianamente informado de la situación que enfrentan hoy los países —sin importar el gobierno que se hayan dado— pasa inadvertido el importante papel que juegan en la gobernación, tanto la experiencia como la madurez que deben poseer quienes gobiernan, así como los integrantes de los equipos que aquéllos conforman a su alrededor.
Haber demostrado entereza y capacidad y habilidad frente a problemas de índole diversa desde en la gobernación, y haber acumulado experiencia más allá de lecturas académicas, las más de las veces mal digeridas, podría ser lo que marcaría la diferencia entre un gobierno exitoso y uno fallido.
Además, no entender a cabalidad la imperiosa necesidad de tomar en cuenta las especificidades de tiempo y espacio de cada problema, y querer aplicarle soluciones exitosas en éste o aquel país sin ajustarlas a la realidad del aquí y ahora, podría llevar al caos a un país o región y también, consecuencia natural, a su economía. Por otra parte, a la madurez y la experiencia acumulada de los funcionarios seleccionados debería acompañar, inevitablemente —si en verdad se quisiere realizar una gobernación responsable y exitosa—, el conocimiento específico del área encomendada a cada uno de ellos.
En el caso de los gobernantes, éstos deben poseer una visión general de lo que es la gobernación; asimismo, entender y aceptar el papel crítico que juega (para lograr crecimiento y mantener la necesaria estabilidad política y un ambiente propicio para los negocios), un conjunto de elementos que son la clave para que las inversiones sean una realidad y no promesas vacías o, en el mejor de los casos, un simple anhelo.
En dicho conjunto destacan una cultura de la legalidad, respeto pleno al Estado de derecho y a los derechos privados de propiedad y también, a lo que entre nosotros parece ser de poca importancia: El respeto de los contratos.
Gobernar bien hoy y/o ser un funcionario responsable que dé resultados positivos en cualquier país y gobierno exige más de lo que tanto el gobernante y sus funcionarios imaginan; la gobernación no es hoy una cuestión de repetir hasta el cansancio esa cursilería de pensar en positivo o promover como panacea un voluntarismo ramplón carente de todo sustento, sino de la experiencia y el conocimiento, así como también, de gobernar manteniendo siempre una visión de futuro.
Llegar a aprender o a experimentar con ilusiones o sueños juveniles —por más justicieros que a los simpatizantes del candidato triunfador pudieren parecer— es garantía de todo, menos de éxito en la gobernación. Las decisiones fáciles y populares, inocuas y aplaudidas por todos, hace decenios que se esfumaron; más aún en aquellos países con tanto obstáculo estructural como es el nuestro, donde la clase política se ha obstinado en mantener intocados.
Mención aparte merece el ejército de vividores del erario —presupuestívoros y gastólatras— que ven el pasado como el mejor de los futuros. Para esos esperanzados en la dádiva y el subsidio sin dar algo a cambio, el hoy como el mañana deben ser réplica exacta de los años sesenta y setenta del siglo pasado, años durante los cuales se aplicaron recetas cuyos daños, todavía se dejan sentir en no pocos países de América Latina.
Por eso, no debería ser admisible permitir que quienes eventualmente ocuparán posiciones relevantes en el futuro gobierno se comporten desde ahora como niños de un kínder Montessori jugando al gobiernito. Información Excelsior.com.mx