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Derrapaste, Diego

Por Francisco Garfias

Conozco a Diego Fernández de Cevallos desde antes de que se postulara a la Presidencia de la República. La barba era negra, el estilo provocador, estridente, llamativo.

Lo seguí en la campaña de 1994. Lo vi triunfar en el debate frente a Cuauhtémoc Cárdenas —por quien voté dos veces— y Ernesto Zedillo. Le decían El Jefe. Apodo bien ganado.

Creció políticamente con ideólogos de la talla de Carlos Castillo Peraza, luchadores como Luis H. Álvarez, rebeldes como Pablo Madero.

Un hombre dueño del escenario que estuvo cerca de la Presidencia de la República. Vio pasar el poder por su ventana y la cerró, como atinadamente narró el analista Jorge Castañeda.

Diego es macho, atrabancado, ocurrente en sus declaraciones. Hizo popular la expresión “el viejerío”, que a muchos y muchas les pareció misógina.

Se le atribuye un papel protagónico en el abortado desafuero intentado por Fox contra López Obrador. Es amigo de sus amigos, así se apelliden Salinas de Gortari.

Diego ya admitió que fue él quien le dijo “hijo de puta” al encargado de lavado de dinero en SEIDO el pasado domingo. Luego corrigió y declaró que el “cumplido” era para todos los que trabajan en la PGR.

Nunca lo había visto derrapar como ayer. Cometer el mismo error dos, tres, cuatro veces. Lamentable en un país enlutado por la violencia criminal, donde un día sí y el otro también ejecutan candidatos.

Y es que ayer declaró en todos los micrófonos que le ofrecieron que a Ricardo Anaya sólo lo sacarían de la boleta electoral “matándolo”.

“Que lo entienda bien el gobierno. La única forma que tienen de quitar a Ricardo Anaya de la contienda es matándolo”, reiteró.

La expresión es desafortunada. Se enmarca en la feroz batalla por el segundo lugar que se libran José Antonio Meade y el joven maravilla.

Son palabras equivocadas, inadmisibles en un político experimentado que contendió y vivió el asesinato de Luis Donaldo Colosio aquel terrible 1994.

Lamentablemente, Ricardo Anaya respaldó los dichos de Diego: Sólo lo sacan quitándole la vida.

No tengo ni la más mínima duda de que la ofensiva contra Ricardo Anaya ha sido orquestada por el PRI-gobierno. Hay cálculo electoral en las acciones de la PGR. Es condenable.
La explicación de la embestida es más simple de lo que parece: para llegar al primero, hay que desbancar al segundo.

Pero aquí aplica la sabiduría popular de “si el río suena…”.

El candidato del Frente no ha dado explicaciones contundentes sobre los motivos que llevaron al empresario Manuel Barreiro, o alguno de sus asociados, a comprar en 54 millones una nave industrial que Anaya había adquirido en diez millones de pesos, tres años antes.

Tampoco se entiende que haya jugado el papel de San Pedro con Jesús cuando negó sus vínculos con el indiciado Barreiro.

La empresa Manhattan Master Plan Development, que la adquirió, fue declarada fantasma por el SAT. Lo hizo en su página web desde el mes de octubre. Pero nadie peló.

Pero ahora que apareció en el Diario Oficial se transformó en una bomba contra el candidato del Frente.

Por si fuera poco, las autoridades hacendarias tienen dudas sobre el “crédito” de diez millones de pesos que, dice, le fue otorgado a su esposa.

Ese dinero supuestamente le sirvió para la compra inicial de la famosa nave industrial.

¿A cambio de qué le dio Barreiro esos 40 millones adicionales a Anaya? ¿Por las mejoras que le hizo a la nave?

Tampoco está claro el paseo que dio el dinero por distintos paraísos fiscales, antes de regresar a México.

“Lo mejor para Anaya hubiese sido aceptar que es un yerno vividor”, nos dijo, mordaz, una fuente que sigue el caso.

En el PAN, los golpes y patadas están a la orden del día. Los azules se disparan auténticos obuses verbales. La guerra fratricida ya es de alta intensidad. Puede costarle muy cara al partido que fundó Gómez Morin.
El Senado es uno de los escenarios de la guerra civil azul. Unos y otros andan lejos del bien común.

La noche del miércoles escuché a Ernesto Cordero, presidente de la Mesa Directiva de la Cámara alta, decirle a Adela Micha que Ricardo Anaya es capaz de “traicionar a su madre” con tal de conseguir sus fines.

Le pedí, vía WhatsApp, que ampliara esa declaración.

Lo hizo: “Anaya es muy sensible a la percepción pública… Y si traicionar y faltar a la palabra le representa medio punto de popularidad, lo va a hacer. Esa proclividad que tiene al aplauso fácil le va a impedir decisiones difíciles”.

Cordero es de los llamados “panistas rebeldes” que piden el relevo del candidato presidencial del Frente.

Senadores anayistas del PAN y el PRD se pusieron a recolectar firmas para hacer un extrañamiento al presidente de la Mesa Directiva. Quieren que sea relevado del cargo. Alegan que es “instrumento” del PRI en la “Guerra Sucia” contra Anaya.

En el campo de batalla San Lázaro también hubo acción. Regresó el “Bronx del PRI” reforzado por sus aliados.
Pasearon por el salón de sesiones un muñeco con las facciones de Anaya “en traje de preso” y la leyenda “Candiratón”. Levantaron carteles donde se leía “Lavado de moches”.

En la trinchera de enfrente no permanecieron con los brazos cruzados. Diputados del Frente quieren juicio político contra el encargado de despacho de la PGR, Alberto Elías Beltrán, por “uso faccioso” de la institución.

Los frentistas ya hasta ven visiones. Dicen que hay “un pacto de impunidad” entre Enrique Peña y AMLO.

“El plan B de Enrique Peña Nieto, ante la caída estrepitosa de Meade, es López Obrador”, asegura Marko Cortés, coordinador de la bancada del PAN. Información Excelsior.com.mx

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