Por Pascal Beltrán del Rio
Por estas fechas se están cumpliendo 70 años de la persecución política contra integrantes de la industria cinematográfica estadunidense acusados de simpatizar con el comunismo, emprendida por congresistas conservadores de esa época.
El 25 de noviembre de 1947 se publicó la primera lista negra de profesionales de Hollywood señalados por su presunta adhesión a la ideología de la Unión Soviética. Este episodio, que antecedió a la cacería de brujas del macartismo, es recordado por el poco honroso papel de delatores que jugaron personajes como Walt Disney.
Sin embargo, habría que rememorarlo también por ser la primera vez que Moscú fue acusado de infiltrar la más poderosa de sus industrias del entretenimiento, cuyo alcance global le permitía exportar e imponer al resto del mundo el American way of life. Una máquina de sueños que se convirtió en refugio de agitadores inspirados por Europa oriental, en las mismísimas narices del Tío Sam.
La historia se repite ahora, aunque desde una óptica ideológica diametralmente opuesta. Desde hace un año se investiga en Estados Unidos la presunta intromisión del gobierno ruso para influir en el resultado de la contienda entre Hillary Clinton y Donald Trump, inclinando la balanza a favor del segundo.
Para lograrlo, de acuerdo con la indagación, esta vez los rusos se infiltraron en otra poderosa e influyente industria estadunidense: la de la tecnología.
Se presume que desde Rusia se crearon páginas de internet y bots de redes sociales que diseminaron información falsa sobre la candidata demócrata, ya sea difamándola o convenciendo a sus simpatizantes de que para sufragar por ella bastaba enviar un tuit o un mensaje de texto por teléfono.
El gobierno de Vladimir Putin parece tan competente en esta materia que también se le responsabiliza de intervenir en procesos de otros países. Por ejemplo, en Francia, donde habría actuado contra la candidatura del hoy presidente Emmanuel Macron, o en Cataluña, supuestamente en apoyo del separatismo.
México no ha escapado a esta fiebre acusatoria, y aunque por lo pronto el tema no ha trascendido más allá de las columnas políticas, sí se percibe en el ambiente una inquietud acerca de qué tan expuestas están las elecciones presidenciales de 2018 a una embestida cibernética como las señaladas anteriormente.
El Kremlin ha negado sistemáticamente las imputaciones relacionadas con Estados Unidos y Europa. Sobre México, la única postura que había sido emitida hasta ayer, y no necesariamente oficial, es el video publicado por Inna Afinogenova, integrante de Russia Today (RT), canal de noticias señalado frecuentemente como uno de los brazos ejecutores de la presunta estrategia intervencionista. Acusación que la conductora niega burlonamente.
Lo que es innegable es el interés periodístico que despierta el tema y por ello resultaba una pregunta obligada al canciller ruso, Serguéi Lavrov, quien aceptó responder a un cuestionario que le formuló Excélsior con motivo de la reunión que debió sostener esta madrugada (hora de México) con su homólogo mexicano, Luis Videgaray.
Las respuestas del diplomático las podrá encontrar en la edición de hoy del Periódico de la Vida Nacional. Pero me permito retomar en este espacio la posición en torno al proceso electoral de 2018 en México, al que establece como un asunto exclusivamente interno de nuestro país.
Llama la atención que, para sostener este punto, Lavrov recurriera a las palabras del prócer mexicano Benito Juárez, de quien seguramente conoce su papel como figura central de la resistencia contra el expansionismo francés de la segunda mitad del siglo XIX.
“El principio de no intervención es una de las primeras obligaciones de los gobiernos, es el respeto debido a la libertad de los pueblos y a los derechos de las naciones”, es la cita juarista retomada por Lavrov para fijar la postura del gobierno de Putin, el cual ofreció seguir desarrollando los nexos binacionales, sea cual fuere el Presidente que elijan los mexicanos.
Y, por supuesto, es una forma sutil de rechazar categóricamente cualquier acusación de injerencia electoral. A reserva del curso que sigan los acontecimientos, esta declaración –de pleno carácter oficial, sin duda– tendrá un valor referencial para una intensa discusión que apenas inicia. Información Excelsoir.com.mx