Por Yuriria Sierra
Ataviado con la banda presidencial, Nicolás Maduro fue al Tribunal Supremo y entregó su Ley contra la Corrupción. Y ahí, entre su gente, rodeado de integrantes de la Asamblea Nacional Constituyente, que se hizo a medida, el representante del chavismo se dijo dispuesto a la salida que sugieren México y Uruguay, misma que va de la mano con lo que se ha expresado en Naciones Unidas. Tras repasar sus viajes a Estados Unidos, sus visitas a Nueva York, sus caminatas por la Quinta Avenida —mientras su pueblo hace largas filas para comprar a precios con niveles de inflación irracionales—, así, en un intento de aclarar su relación con el país norteamericano, no así con su gobierno, Maduro recurrió a sus instituciones para dar un mensaje de fortaleza; mensaje que, sabemos, hace resonancia en países como Rusia, Turquía, China, Bolivia o Nicaragua.
Sin embargo, más allá de los símbolos como arma de seudovalidación, Maduro puso la mesa para que nuestro país demuestre su capital diplomático. Arropados por la Doctrina Estrada y por el apego a la Constitución, nuestro país no da un paso atrás y opta por la aceptación tácita de un régimen que ha costado muchas vidas. Lo reiteraron, ayer, Andrés Manuel López Obrador y el canciller Marcelo Ebrard. Y esto, más lo dicho por México hace unos días, sobre mediar el conflicto, y lo expresado el miércoles por la tarde en un comunicado: “Compartimos, además, con la República Oriental del Uruguay el exhorto al diálogo entre las partes y, al igual que España y Portugal, hacemos votos por una salida política a la situación en Venezuela…”, exige que nuestra diplomacia detalle la ruta que habrá de seguirse para resolver la situación que afecta a millones de venezolanos.
La primera pista vino de Europa. España decidió no reconocer a Juan Guaidó como presidente interino, pero tampoco respaldó a Nicolas Maduro, por el contrario, sin decirlo de manera literal, le mostró rechazo al hacer un llamado para que la siguiente parada en la ruta sea una elección. La misma oposición venezolana sabrá que esto es lo que sigue una vez que se finiquite la salida de Nicolás Maduro. Los ciudadanos deben ser quienes legitimen al gobierno, ése que habrá de abrirles camino como un país democrático. No hay otra manera de hacerlo, si no es con votos. Ahí deberá centrar México su capacidad como mediador. Ya Maduro se dijo dispuesto (ajá). Urge conocer detalles: ¿cómo se haría esta elección?, ¿quiénes participarán?, ¿cuántos observadores, quiénes? Venezuela no podrá reposicionar su Estado, si no es a través de una elección transparente y plural. Ahí debe estar centrado el diálogo que nuestro país pretende dirimir. De otra manera sólo se estará apostando por la permanencia de un gobierno sin la validación única que dan las urnas. Porque, quienes acusan que la protesta de Guaidó no goza de legalidad, olvidan que Maduro tampoco la tiene, pues que en los últimos comicios, aquéllos donde “arrasó” y lo hizo jurar por un segundo mandato hace un par de semanas, no hubo presencia opositora, ya que no permitió la participación de quien no reconociera a la Asamblea Nacional Constituyente que se mandó confeccionar.
México debe acelerar el paso para plantear los términos del proceso que sugiere. Maduro ya reaccionó a él. Y mientras más tarde nuestro país en presentar la ruta, será más tenso el ambiente internacional: Estados Unidos prometió ayuda humanitaria, reafirmó su intención de participar en la construcción de la nueva vida política de Venezuela… pero el otro eje, el que respalda a Nicolás Maduro, advierte como inaceptable la injerencia extranjera en lo que sucede en el país sudamericano, asegura, además, que de no detenerse acabará en un “baño de sangre”. ¿Olvidará el gobierno de Vladimir Putin que es justo de eso de lo que los venezolanos quieren escapar desde hace años? Y no sólo de eso, también de la pobreza y la desigualdad que viven mientras Maduro pasea por Central Park. México eligió la pasividad; la mesa ahora está puesta para que active su diplomacia. Información Excelsior.com.mx