Por: Víctor Beltri
Visión de túnel. El corazón late, apresuradamente. La opresión se agolpa en la boca del estómago, los sentidos se aguzan. La visión se nubla, hasta dejar un punto único de claridad; la saliva se torna amarga, la sangre se agolpa en la cabeza. Los seres humanos reaccionan, ante el peligro, de la misma manera que lo hacen los animales: mientras que unos se aprestan al combate, algunos se paralizan y otros más no buscan sino la manera de apresurar la huida.
Donald Trump es de los primeros, sin duda. La historia así lo demuestra: basta con ingresar en cualquier buscador su nombre, asociado con la palabra revenge, para entender la fiereza que, ante los reveses, ha mantenido quien ahora ocupa la Casa Blanca. Una postura que implica una visión implacable sobre la lealtad personal, el único valor que parece honrar el Presidente norteamericano: en los múltiples videos disponibles en línea, Trump expresa de manera vehemente su frustración y deseos de revancha sobre quienes a su juicio le han fallado. A pregunta expresa, incluso, responde con una honestidad inusitada: si la ocasión se presentara, procuraría ponerse a mano, de una manera o de otra, con tal de que quienes lo decepcionaron entendieran el grave error cometido al entrometerse en sus designios. El Presidente norteamericano no está, sin duda, acostumbrado a que nadie se interponga a sus diatribas, a sus argumentos llenos de falacias, a sus andanadas mediáticas.
Andanadas que, sin embargo, poco tienen que hacer frente a la seriedad de las imputaciones que, hasta el momento, han sido formuladas en su contra. Quien sufrió su primera gran derrota con la negativa del gobierno mexicano a pagar por un muro absurdo, tuvo que enfrentar los reveses de la oposición a sus políticas racistas y la humillación de retirar una propuesta de salud que era la base de su campaña, antes de lo que será, sin duda, su mayor reto: las imputaciones de colusión entre unos esfuerzos de disrupción rusa reales en las elecciones que lo llevaron al poder, que además solicitó en público y que ha dejado evidencias en un círculo que se estrecha, por momentos, a su alrededor. La presidencia de Donald Trump está comprometida, no sólo por los errores cometidos en el ejercicio del poder, sino por la evidencia creciente de una complicidad con Vladimir Putin que amenaza con ponerlo en el banquillo.
Un banquillo que tratará de evitar, a la vez que planea su venganza sobre quienes han incumplido con el código de lealtad de los hampones neoyorquinos que lo rige. Trump, como Presidente, tratará de endilgar la culpa sobre el responsable de la negociación y comenzará a escribir los nombres de quienes le han sido desleales, como se lo ha sugerido Steve Bannon públicamente. Al mismo tiempo, tratará de dar un golpe que lo legitime ante un partido que no lo apoya y una sociedad que cada vez cree menos en él.
Este es un momento, a la vez, de oportunidad y amenaza para nuestro país. Oportunidad, porque podríamos construir una narrativa de triunfo conjunto con las negociaciones comerciales que le permitirían salvar la cara ante una opinión pública más adversa; amenaza, porque su primer círculo podría plantear la ofensiva contra nuestro país como el spin necesario para conservar el apoyo de los grupos que le son conservadores a ultranza.
Hemos pasado, efectivamente, del Art of the Deal al Art of the Ordeal y, de ahora en adelante, las declaraciones incendiarias, las provocaciones gratuitas e, incluso, la eventualidad de un false flag attack —que podría involucrarnos— deberán de ser entendidas en este contexto. Trump necesita oxígeno, y una salida para afirmar un poder que se diluye entre acusaciones de ilegitimidad: hoy, más que nunca, requerimos de la prudencia de una cancillería que sepa comprar el tiempo necesario mientras que defienda —sin comprometer el futuro ante una administración que se antoja efímera— los intereses nacionales.
Fuente. Excelsior.com.mx