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Educación y nueva realidad laboral

Por Pascal Beltrán del Rio

La simple pregunta acerca de cuál es el propósito de la educación puede prender acalorados debates.

Hay quien piensa que se educa para enaltecer el espíritu. O para asegurar la sobrevivencia de la especie mediante la transmisión del conocimiento. O para inculcar y reforzar los principios que hacen posible la convivencia. O para forjar la personalidad.

Quizá podamos convenir en que la educación es todo eso y más. Y que cada quien puede colocar los objetivos anteriores en el orden que le plazca.

Sin embargo, en estos tiempos es un gran error entender la educación sin tener en cuenta su función como formadora de cuadros para la acelerada transformación de la realidad a que están dando lugar los avances tecnológicos.

A diferencia del pasado, cuando un oficio podía mantenerse vigente durante siglos y su dominio se iba perfeccionando muy lentamente en la práctica, la tecnología que el hombre ha desarrollado en el último cuarto de siglo ha hecho que algunos conocimientos especializados —que muchas veces tomaban a una persona décadas en adquirir— se hayan vuelto irrelevantes y hasta estorbosos.

Cuando Aldo Manuzio inventó el libro en su imprenta en Venecia, a principios del siglo XVI —cambiando los largos impresos enrollados por hojas sueltas que eran unidas mediante costuras y protegidas por una tapa dura— creó una revolución en la transmisión del conocimiento. Sin embargo, los escribas no desaparecieron de golpe. Su oficio tardó décadas si no es que siglos en extinguirse.

Hoy en día, los avances tecnológicos se expanden vertiginosamente. Hoy no podríamos concebir nuestras vidas sin los teléfonos inteligentes, pero apenas aparecieron —en su versión más primitiva, el Simon de IBM— hace apenas un cuarto de siglo.

Durante 500 años, el libro permaneció imbatible como principal medio de transmisión del conocimiento. Esto apenas comenzó a cambiar con el advenimiento del Internet comercial, a mediados de la década de los ochenta. En la actualidad, los cambios tecnológicos se suceden a tal velocidad que no bien acabamos de declarar que algo es “revolucionario” cuando el asombro que produce comienza a apagarse.

Creemos que las aplicaciones digitales que fungen como intermediarias entre proveedores y consumidores —tipo Uber y AirBnB— son el último grito de la moda, pero quizá no pase mucho tiempo para que se vuelvan irrelevantes por el desarrollo de la tecnología Blockchain.

En este mundo de cambios constantes, la educación tiene un papel fundamental que jugar: mantener la organización social en sincronía con los avances tecnológicos, preparando los cuadros que serán necesarios para que el hombre mantenga su tutelaje sobre la ciencia.

Una educación moderna debe preparar a los jóvenes para las transformaciones en el mundo laboral que vendrán en cascada en los próximos años.

Una buena manera de adentrarse en este tema es leer el libro ¡Sálvese quien pueda! El futuro del trabajo en la era de la automatización, escrito por el periodista Andrés Oppenheimer, que acaba de ser publicado y se presentará esta semana en México.

“El viejo esquema en el que uno estudiaba de joven y aplicaba lo que había aprendido durante el resto de su vida se ha vuelto obsoleto”, escribe el columnista del diario Miami Herald. “Lo que estudiamos en la universidad hace 10, 20 o 30 años ya es algo prehistórico (…) Tendremos que estudiar de por vida, en períodos intermitentes, para actualizarnos y reinventarnos según los requerimientos del mercado laboral”.

Oppenheimer entrevistó para su libro a muchos de los principales expertos futurólogos inmersos en estos temas y también a quienes están participando en los avances tecnológicos —mediante el desarrollo de robots, algoritmos e inteligencia artificial— que cambiarán nuestras vidas en muy poco tiempo.

Las fuentes del periodista pronostican que muchos de los actuales oficios y profesiones se volverán obsoletos, mientras que otros sobrevivirán haciendo cambios y aparecerán nuevos.

Nuestra educación no puede permanecer al margen de esta transformación. Al margen de si la Reforma Educativa se va a mantener o no en la Constitución y las leyes y en los planes de estudio, habría que esperar a que el nuevo gobierno no permita que la escuela se divorcie de la realidad laboral que comienzan a gestar los cambios tecnológicos.

Podemos estar a favor de estos cambios o deplorar y combatir las consecuencias sociales –como el desempleo de millones— que ya aparecen en el horizonte. Lo inadmisible sería hacer caso omiso a lo que está sucediendo en el mundo.

(Lo invito a escuchar la entrevista que haré a Andrés Oppenheimer la mañana de hoy lunes en la Primera Emisión de Imagen Radio.) Información Excelsior.com.mx

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