Por Pascal Beltrán del Río
Terrible en tantos sentidos, el 2020 ha sido muy bueno con Marcelo Ebrard.
El secretario de Relaciones Exteriores no sólo se colocó al frente de la respuesta del gobierno a la pandemia –sin el desgaste que pagaron los encargados de dar las cifras de muertos y contagiados y reconvertir hospitales para la atención de los enfermos–, sino que vio ascender a la dirigencia de Morena, el partido oficial, a uno de sus cercanos.
No sólo se responsabilizó de organizar el único viaje internacional que ha hecho el presidente Andrés Manuel López Obrador –la visita a Donald Trump, en julio pasado–, sino también asumió la denuncia del tráfico de armas hacia nuestro país.
No sólo se ocupó de informar sobre el regreso a México del exsecretario de la Defensa, general Salvador Cienfuegos, luego de que el Departamento de Justicia de Estados Unidos levantara los cargos de narcotráfico por los que el militar había sido detenido un mes antes, sino que ahora tocará a su dependencia, y no a Gobernación ni a la Secretaría de Seguridad, vigilar la acción de los agentes de la DEA en nuestro país.
Invitado frecuente en las conferencias mañaneras en Palacio Nacional, Ebrard ha sido el miembro del gabinete con más atención de los medios este año.
Eso ha sucedido, en buena medida, por el papel protagónico que ha jugado en la obtención de equipos e insumos médicos para la atención de covid-19. El canciller estuvo lo mismo en el aeropuerto capitalino recibiendo el material de protección para el personal de salud que llegó a bordo de vuelos especiales de Aeroméxico que en todo el proceso para la compra de las vacunas que, se espera, pronto lleguen a México.
“Misión cumplida”, dijo ayer al Presidente durante la presentación del plan de vacunación.
No cabe duda que Ebrard se ha convertido en uno de los cancilleres más visibles de la historia reciente, ocupado no sólo de asuntos de su competencia, sino de sacar adelante los trabajos especiales que le encarga López Obrador.
Como he escrito en meses recientes, parece estarse saldando el compromiso político que ambos hombres tienen desde hace nueve años para que, con la declinación de Ebrard, López Obrador se convirtiera en candidato presidencial en 2012, y aquél lo sea en otra oportunidad.
Hace más de un siglo que nadie pasa de canciller a Presidente de la República. Con la evidente venia de López Obrador, Ebrard va avanzando en ese camino.
BUSCAPIÉS
*Hace unos días, el presidente López Obrador celebró la aprobación de la reforma constitucional que, a decir suyo, elimina el fuero presidencial. En realidad, lo que hace es ampliar el catálogo de delitos por los que puede ser procesado el Ejecutivo, lo cual es bueno. Pero resulta paradójico que López Obrador haya dicho que ahora se puede enjuiciar al Presidente “por cualquier delito, como a cualquier ciudadano”, pues si quienes sostienen que él está violando la Constitución –por sus comentarios sobre el proceso electoral en curso– quisieran llevar el caso ante un juzgado, éste les diría que antes se necesita retirarle el fuero y para eso se requiere de un juicio político que, con la actual correlación de fuerzas en el Legislativo, jamás prosperaría.
*En los primeros días de la pandemia, la estrategia que Suecia eligió para enfrentarla llamó la atención a nivel mundial. El gobierno sueco optó por no obligar a sus habitantes a confinarse y a dejar que los contagios espontáneos dieran lugar a una inmunidad de rebaño. Hoy está visto que tomar ese camino fue un error y ahora Suecia está imponiendo duras medidas restrictivas. En cuestión de salud pública no se puede apostar por la libertad individual porque ésta termina por afectar el interés colectivo. En el caso de México, la Ley General de Salud permite aplicar medidas de orden obligatorio. Quizá eso es lo que procede ante el fracaso de los exhortos que han hecho las autoridades para que la gente no salga. En estos casos, la permisividad se vuelve una libertad para contagiar.
Esta Bitácora volverá a publicarse el lunes 14 de diciembre. Información Excelsior.com.mx